A la exposición que el presidente Gustavo Petro está montando en la Casa de Nariño -con objetos que para él son de culto y para millones de colombianos, de ingrata recordación-, llegó una oreja. Sí, una oreja. La Oreja Nacional. En sentido figurado, claro, aunque con el curador de la muestra nunca se sabe… Si se ufana de que en los discursos va diciendo lo que se le viene a la cabeza –una constituyente, una reforma, un fast track-, debe ser que de igual manera gobierna. (Dadme un Mirado #2 y os moveré el mundo, es la consigna del Arquímedes criollo).
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Por cuenta del atentado contra Trump, a lo largo y ancho del globo se habla hoy día de orejas. No es para menos. Recibir una ráfaga de fusil sobre semejante corpulencia y quedar con apenas un rasguño en uno de los lóbulos, es de no te lo puedo creer, querida. Pasa que Thomas Matthew Cooks resultó ser un francotirador amateur a quien le salieron las cosas al revés. Aparte de que catapultó a su víctima, a la cima del imaginario colectivo, dejó en evidencia sus reflejos y coraje -la foto con el cartílago derecho sangrando y el puño en alto, ha dado la vuelta al mundo y se inmortalizará con un premio, eso seguro-, lo llevó a cotizar al alza en las encuestas, y propinó el tiro de gracia a la candidatura de Biden.
En fin, al margen de la oreja vendada del trumpismo -muchos copartidarios se la taparon en la Convención y, fijo, algún diseñador lanzará la moda de la gasa en la oreja- que pasará a la historia como la del pintor Van Gogh, orejas malheridas es lo que tenemos en Colombia. Y no se alivian con curitas tapen-tapen; al contrario, hay que destaparlas para que no se sancochen, tal como suele pasar en los fogones siempre prendidos del poder.
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Menudo caldo en el que el país está metido hasta las orejas. Hace tiempos, de acuerdo. Sólo que este gobierno, con la locuacidad de un culebrero, se vendió –se sigue vendiendo- como la panacea para los múltiples dolores que nos aquejan. Y no sólo no los ha sanado, sino que los ha empeorado y él mismo (el gobierno), ha echado raíces en semejante m…, pantanero. (Son una vergüenza el desgreño y la corrupción que, en cualquier frente que se mire, caracterizan a la actual administración). Miembros de la familia presidencial, del presidente para abajo, han protagonizado escándalos; integrantes de su círculo inmediato, igual lo han hecho; funcionarios de alto nivel, también… La olla no tiene fondo, para todos hay. ¿Qué tal la herida abierta de Olmedo, Sneyder y demás implicados en la corrupción extrema que rodea a la UNGRD? De lejos es ahora el símbolo de la indecencia: La Oreja Nacional.
¿A quién le echará esta vez la culpa, Petro? ¿A los nazis, a Duque, a la oligarquía, a los periodistas? Porque “este pechito” -como se refiere a sí mismo- es pluscuamperfecto, tiene patente de corso para llegar tarde o no llegar y, en los dos años que lleva pernoctando en Palacio, ha hecho del país un “oasis”, dijo en la reciente instalación del Congreso. (De verdat, no nos crea tan camellos).
ETCÉTERA: Lo dejó todo en la cancha y nos dio una alegría colectiva que hace mucho no sentíamos. Ni los desmanes de algunos hinchas, ni el usted-no-sabe-quién-soy- yo del dueño del negocio, ni el no recibimiento que merecían, le quita lo bailao. ¡Gracias, Selección!