La muerte de Christo Javacheff

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El 31 de mayo de 2020 falleció Christo Javacheff, artista nacido en Bulgaria en 1935 y quien residió en Nueva York desde 1964 hasta la fecha de su muerte. El próximo 13 de junio hubiera cumplido 85 años.

Estoy triste con la muerte de Christo porque su obra ha sido fundamental para mí, desde que realicé mis estudios de historia del arte en la Universidad de Bolonia, gracias a una beca del gobierno italiano. No por casualidad, al ver la noticia de su muerte mi hijo comentó que sentía como si hubiera muerto alguien de la familia, alguien a quien nunca conocimos personalmente pero que ha estado presente en muchas conversaciones e historias familiares.

No quisiera en este caso hablar sobre su obra sino, más bien, de mi experiencia al estudiarlo.

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En 1977 descubrí su trabajo, por pura casualidad, en un exposición en Rotterdam, Holanda, en el curso de un viaje como estudiante mochilero. Seguramente fue una especie de amor a primera vista porque comprendí de inmediato que ante mí tenía el tema de tesis que había estado buscando: un extraordinario campo de investigación y de reflexión que se alejaba de manera casi radical de los problemas que eran habituales en las tesis de mis compañeros de estudios.

Entendí que estas obras respondían a intereses que unían aspectos conceptuales, sociológicos, políticos, económicos y logísticos, además de estéticos; un conjunto de problemáticas que no solo se manifestaban con mucha claridad en sus obras sino que, cuando era necesario, se acompañaban de discursos sencillos y directos que renunciaban a cualquier regodeo retórico o de crítica intelectualizada.

Comenzaron entonces tres años de estudio de la obra de Christo en los cuales, gracias a mi beca, me dediqué a buscar minuciosamente en muchas bibliotecas todo lo que se hubiera escrito sobre él que, exceptuando unos cuantos libros de muy escasa circulación, se encontraba sobre todo en revistas.

Aunque fuera ya, por supuesto, un artista conocido, era todavía muy joven y no me resultaba fácil encontrar lo que yo necesitaba; entre otras cosas, no existían entonces archivos digitales que informaran sobre el contenido de las revistas; por eso, durante muchas semanas estuve sentado en el suelo de la biblioteca del Centro Pompidou de París sacando uno a uno los ejemplares de cada revista para ver si allí había algo de lo que buscaba (no sé por qué motivo, pero recuerdo que las revistas de arte estaban en la parte baja de los estantes, que también eran muy bajos).

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Con las facilidades actuales se comprende que aquel era un proceso largo y tedioso. Con razón mi mamá me preguntaba con frecuencia en sus cartas cuándo era que iba a dejar de buscar esos artículos que siempre me iban a faltar, cuándo iba a leer el último artículo.

No recuerdo cómo conseguí la dirección de su casa en Nueva York; quizá aparecía en alguna revista o tal vez me la dieron en la Annely Juda Fine Art de Londres; fue así de sencillo: la dirección de un gran artista estaba a disposición de cualquier persona. Era el mismo lugar en el cual vivió toda su vida en Nueva York, después de unos primeros meses en el famoso Hotel Celsea.

Le escribí quizá a finales de 1979 para contarle que estaba haciendo mi tesis sobre su obra y que me gustaría saber si era posible comprar en alguna parte diapositivas de su trabajo (me preocupaba que al volver a Colombia no pudiera explicar cómo eran esas obras tan extrañas que hacía el artista de mi tesis).

Muelles flotantes, obra de Christo.
Muelles flotantes, obra de Christo.

Para mi sorpresa la respuesta fue inmediata y totalmente inesperada. La carta estaba escrita por Jeanne-Claude, su esposa, pero firmada también por él. Me enviaba como regalo una cantidad importante de folletos y catálogos y algunos libros sobre sus obras pero, adicionalmente, dos cosas que todavía, después de 40 años, me resultan increíbles.

En el paquete venía una gran cantidad de diapositivas, marcadas con su propia letra; por los libros que yo conocía, sabía que eran las fotos de Wolfgang Volz, su fotógrafo oficial: eran las diapositivas de Christo, las de su archivo personal; me decía que él solo tenía esas diapositivas, que nadie las vendía, que les sacara copia y se las devolviera.

Y, además, me envió el libro Christo, de David Bourdon, publicado por Abrams, en Nueva York, el más importante que había aparecido hasta ese momento sobre su obra; yo le había preguntado por ese libro porque no existía ya en las librerías; me decía que no era un regalo porque era la única copia que tenía, la del libro más importante que había sobre él.

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Como digo, todavía hoy, después de 40 años, pienso en un gran artista que le envía a Londres a un estudiante colombiano dos de las joyas de su archivo, confiando en que ese desconocido se las devolverá.

Al terminar mi tesis le envié una copia; Jeanne-Claude me dijo que les admiraba la cantidad de textos recogidos, muchos de los cuales ellos mismos no conocían.

El los años siguientes hubo varias comunicaciones; recibí de Christo y Jeanne-Claude libros, catálogos y afiches (que mis estudiantes vieron desteñirse poco a poco en mi oficina de la Universidad de Antioquia). Luego los contactos se fueron distanciando y tras la muerte de Jeanne-Claude en 2009 no supe cómo dirigirme a él.

En 1997, cuando se planeaba el Festival Internacional de Arte Ciudad de Medellín, Alberto Sierra me pidió que contactáramos a Christo para ver si era posible que pensara en una gran obra en la ciudad. La respuesta no fue positiva porque, como se recordará, el Festival fue pagado por la Alcaldía y Christo no hacía obras que tuvieran esa financiación; creía que esos dineros debían salir de la venta de sus propios bocetos y de obras anteriores, un proceso para el cual ya no había tiempo suficiente, además de que no se preveía que pudiera haber un mercado suficiente.

Desde los años 80, la Universidad de Antioquia quiso que mi trabajo sobre Christo se publicara en forma de libro; como pasa casi siempre, lo urgente no dejaba tiempo para lo importante y el texto quedó archivado. Quizá habría podido ser el primer libro escrito por un colombiano sobre un gran artista internacional del arte contemporáneo.

Nunca lo conocí personalmente. Pero me duele su muerte. Solo puedo decir, por lo que a mí me tocó vivir, que fue un hombre generoso y coherente, una bella persona.

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