Llegué a la estación y tomé un colectivo a Las Independencias. Así conocí el elefante y el pañuelo blanco, historia para no olvidar.
La historia de Medellín ha sido sin duda una de las más duras del mundo. Y aunque no todos hemos escrito esa historia con una cuota cercana, muchos la han visto a través de las noticias, de las oraciones y también de las súplicas de quienes nos quieren para que nos cuidemos y siempre “vayamos con Dios” o que “la virgen nos acompañe”. Porque, en serio, necesitamos mucha protección.
Y así crecimos muchos en El Poblado, en grandes unidades cerradas, entre las fortalezas de muros altos cubiertos de serpentinas de púas y vigilados por circuitos cerrados que pondrían en evidencia al autor de cualquier peligro.
¿La calle? La calle no es un lugar. Es una serpiente de asfalto por donde solo pueden pasar carros y buses. Aquí la gente no camina por ahí, y cuando lo hace, inevitablemente salta de una acera a una cuneta sin mucho aviso.
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Por eso me fui a reconocer Medellín. La ciudad que me dio la vida y me quitó la de mi hermanito. Llegué a la estación San Javier y de allí tomé un colectivo a Las Independencias donde Daniel Felipe me estaba esperando.
Los elefantes tienen muy buena memoria. Por esto está ahí. Para nunca olvidar. Para nunca repetir. La comuna 13 ha sido de las más golpeadas por la violencia y hace 17 años vivió una pesadilla llamada Orión y otra, Mariscal. Una toma militar que llegó por cielo y tierra, reclamando con balas un territorio en el que jamás había hecho presencia. Ni siquiera de la mano del Estado, porque ni el Estado entraba ahí.
Familias enteras gritando en el piso, debajo los muebles de las casas, desesperados por saber si el resto estaba bien. Desesperados porque las balas pararan.
Para esas familias no habían llegado “los buenos”… habían llegado a matarlos sin ser el objetivo.
Como a esa muchacha embarazada, que la cogió una “bala perdida” y cayó al suelo mientras la vida suya y la de su bebé, se escapaban en el alboroto. Los vecinos la vieron y la fueron a ayudar. Sabían que podían correr la misma suerte, pero en ese momento no tenían mucho que perder; solo les quedaba la esperanza de haberse manifestado en contra de la guerra y a favor de la vida.
Sacaron un pañuelo blanco y cargando dos cuerpos casi sin vida salieron corriendo hacia el centro de salud. Gritando que eran civiles y que era una mujer embarazada, comenzaron a silenciar el caos. Poco a poco más vecinos se fueron asomando por sus ventanas y alzando pañuelos blancos.
Y los disparos cesaron. Y la comuna 13 se tiñó de blancos pañuelos que abrían paso para que la muchacha y su bebé llegaran al hospital.
Esa es la historia del mural del elefante y el pañuelo blanco.
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