La memoria infinita de la montaña

Para un ingeniero civil, como quien escribe, es un golpe durísimo concluir que, al menos en asuntos viales, nuestro futuro no parece mejor que nuestro pasado. Frecuentemente, las obras que hacemos no se traducen en progreso, sino en retroceso. La ingeniería se enfoca en resolver problemas para mejorar la calidad de vida de una sociedad. Y no de manera abstracta, sino concreta, impactando de manera real y positiva el día a día de las personas.

Una vía, un puente, un edificio, una fábrica, una central hidroeléctrica, un aeropuerto, son obras de infraestructura que, si se diseñan y construyen bien, permiten que la gente viva mejor: más feliz y productiva, más eficiente y segura que antes. Pero, además, perdón por la obviedad, las obras hay que cuidarlas y mantenerlas bien. No hacerlo puede significar la pérdida de la inversión y el riesgo de accidentes con víctimas fatales.

En nuestro caso, es evidente: Medellín no ha hecho la tarea. No ha sido responsable con el manejo de sus laderas. Pareciera que, apenas ahora, en medio de esta crisis permanente, ya con sus laderas superpobladas, despertara y empezara a conocerlas. Medellín ha irrespetado desde tiempos inmemoriales los flujos naturales de las quebradas, ha permitido la tala indiscriminada de árboles en sus laderas, ha construido taludes con alta inclinación y ha concedido generosamente licencias de construcción en zonas vulnerables.

Hoy, por fin, estamos aceptando que vivimos en un equilibrio inestable y que nuestras laderas de material deleznable pueden, a veces, perdonar. Pero no olvidan. Y exigen máxima atención.

El reciente deslizamiento en Balsos es una prueba contundente de que nuestras montañas deben ser tratadas como seres vivos, siempre en movimiento, dotadas de profunda memoria y con enorme capacidad de reacción.

Y eso que la sacamos barata, pues si en lugar de la 1:00 p.m., el incidente hubiera ocurrido a las 8:00 a.m., estaríamos lamentando la pérdida de vidas humanas. Nos esperan años difíciles, pues esa y muchas otras laderas ya se han desestabilizado. Pero ni pensar en cruzar los brazos o en actuar solo de manera reactiva, limitándonos a recoger el material caído y a despejar las vías luego de algún derrumbe.

Hay que amarrar, para mañana es tarde, los taludes más críticos, recubriendo algunos con concreto y pernos; en otros, instalando gaviones; en otros, recuperando el cauce original de las quebradas, y en otros prohibiendo cualquier tipo de obra nueva o intervención.

 Es menester destinar un porcentaje decente de los presupuestos del municipio de Medellín y del departamento de Antioquia para mantenimientos preventivos y curativos. Mientras tanto, seguiremos arriesgando nuestras vidas en cualquier loma.

Entre tanto, todos en vilo por el inminente deslizamiento en la variante de Caldas, a pesar de que el talud ya había sido tratado con pernos y contenciones. Hay un riesgo gigante de víctimas fatales. Y, además, tener bloqueada esta vía, casi la única para comunicar a Antioquia con el sur, será extremadamente grave para la calidad de vida y la economía de cientos de miles de personas. ¡Justo lo contrario de lo que soñábamos los ingenieros!

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