La Luna
Hay aquí una especie de puesta en escena que nos entrega una presencia simbólica, con unas cargas de significación y de sugerencias que quieren abrir caminos de intaerpretación distintos a la mera constatación del dato natural
Opinión / Carlos Arturo Fernández U.
Los actuales desarrollos del arte, en los que se privilegian las prácticas de intervención social, pueden conducir a que se pierdan de vista los intereses poéticos que impulsan la creación artística.
La obra fotográfica de Luis González Palma, nacido en Guatemala en 1957, se ha convertido en uno de los polos de referencia del arte latinoamericano de las últimas décadas, gracias, precisamente, a la potencia poética y simbólica de sus obras.
“La luna”, de 1989, es una fotografía de 48 por 49 centímetros, copiada en gelatina de plata, con intervenciones a mano, sobreposición de imágenes, limpieza de áreas específicas y virado en sepia. “La luna” es, en realidad, un fragmento que forma parte de la serie “La Lotería I” (existe también “La Lotería II”), que González Palma desarrolla entre 1989 y 1991. Cada una de esas series está compuesta por 9 fotografías distintas, ordenadas en mosaicos de tres por tres que quieren recordar, precisamente, el tradicional juego infantil de la lotería, basado, como se sabe, en la identificación de imágenes y palabras. En ese sentido, “La luna” es como una ficha dentro de una de las tablas de aquella lotería.
Sin embargo, resulta evidente que la obra de González Palma no se limita a la reconstrucción social del antiguo juego, en el cual se privilegia la relación directa entre figuras muy obvias y palabras exactas con una finalidad didáctica, sino que se vale de él para llevarnos a reflexionar acerca del significado de nuevas imágenes construidas. Porque, si bien es clara la presencia del hecho fotográfico, e incluso si González Palma define estos trabajos como “retratos”, la obra no se queda en la reproducción de una realidad dada.
Hay aquí una especie de puesta en escena que nos entrega una presencia simbólica, con unas cargas de significación y de sugerencias que quieren abrir caminos de interpretación distintos a la mera constatación del dato natural.
Como se ha dicho, “La luna” es apenas una de las fichas de la lotería de González Palma; por eso, vista de manera aislada, su poder simbólico puede resultarnos algo impenetrable porque en realidad es sólo un fragmento. Para superarlo se podría dar un salto más allá de esta obra concreta y contentarnos con recordar que la preocupación del artista en todo su trabajo tiene que ver con una mirada sobre la cultura popular guatemalteca, resultado de los pueblos ancestrales sometidos al proceso de colonización. Sin embargo, también es posible centrar toda la atención en esta obra específica y reflexionar acerca de la conexión de los elementos con los que se construye la imagen, como un camino para aproximarnos al sentido.
La extraña imagen de esta mujer, desnuda y atada, con esa forma que más que una luna recuerda unos esquemáticos cuernos de toro, con el colorido sepia que acrecienta la sensación de que estamos por fuera de tiempos definidos, nos enfrenta con una especie de ser mitológico, quizá como un nuevo minotauro. Tal vez eso es lo que somos los latinoamericanos como cultura, resultado de la unión violenta de las más extremas contraposiciones.
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