Cuenta la leyenda que a una comunidad agricultora muy antigua que la estaba pasando mal, el invierno había llegado más temprano de lo habitual y las cosechas estaban muy afectadas. Una noche llegaron tres hermanas al pueblo, y aunque no tenían mucho para ofrecerles, la comunidad les dio refugio y comida. Al siguiente día las hermanas dijeron: “En reciprocidad al refugio y alimento que se nos ha dado, vamos a regalarles algo para que sus cosechas sean vigorosas, sanas y abundantes”.
Las hermanas comenzaron a danzar y cantar; la comunidad estaba casi hipnotizada, y, de repente, se quitaron la ropa descubriendo sus cuerpos, que no eran humanos, sino de plantas. Una de ellas era erguida y alta, con una corona que parecía racimos de flores diminutas, y a cuyo alrededor volaban cientos de mariposas. La otra hermana era delgada y con ramas que parecían estar tejidas las unas con las otras, y desde sus raíces se asomaban lo que parecían ser nudos engrosados que brillaban como estrellas. La siguiente hermana estaba esparcida por el suelo y tenía hojas grandes y peludas. Sus tallos y hojas se tejían formando una especie de piel que se perdía en el paisaje.
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La hermana más alta y erguida paró de repente, estiró una rama y presentó lo que parecían ser tres semillas pequeñas de maíz, fríjol y auyama. Dijo: “Este es el regalo que venimos a entregarles. Siempre que vayan a sembrar, asegúrense de que estas semillas crezcan juntas. También asegúrense de comerlas juntas, y así nunca les faltará el alimento”.
El maíz es una gramínea, una especie de pasto grande y vigoroso capaz de utilizar, de manera super eficiente, la luz del sol, engrosando sus semillas a tal punto que parecen frutos, repletos de carbohidratos altamente digestibles y energéticos. Los fríjoles son leguminosas que construyen una relación simbiótica con microorganismos en sus raíces, haciéndolos capaces de absorber nutrientes que, de lo contrario, no estarían disponibles para las plantas; alimentan al maíz a cambio del apoyo en su tallo para poder extender sus ramas y alcanzar la luz. Sus semillas son pequeñas unidades de alta densidad nutricional y altas en proteínas. Las auyamas son cucurbitáceas, una familia de características robustas donde podemos encontrar a las cidras, sandías y pepinos. Con su capacidad de extenderse por el suelo y trepar obstáculos, formando una especie de capa con sus hojas, protege la tierra de sequías extremas, manteniendo un microclima que favorece el crecimiento del fríjol y del maíz. Esta triada ancestral ha sido la base de muchas agriculturales precolombinas y sigue aun existiendo en la América profunda. Cuando nos alimentamos de estas tres plantas juntas, sus componentes nutricionales se potencian, creando una especie de fórmula ancestral nutritiva y balanceada. El maíz es una excelente fuente de energía, pero por sí solo carece de algunos aminoácidos esenciales. El fríjol es rico en proteínas y contiene aminoácidos que no están presentes en el maíz. Las semillas de auyama aportan grasas saludables, y el fruto vitaminas y mucha fibra.
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Gracias a la observación atenta de nuestros ancestros sabemos de Las tres hermanas, en parte una tecnología ancestral de agricultura limpia, y en parte una metáfora que nos enseña sobre la reciprocidad, sobre los poderes que tenemos cada uno de nosotros, y de cómo esos poderes se multiplican cuando cooperamos. Escribe Robin Wall Kimmerer en su libro Una trenza de hierba sagrada: “Solo, un fríjol no es más que una liana, y la auyama una hoja de gran tamaño. Solo al estar juntas con el maíz emerge un todo que trasciende al individuo. Los dones de cada uno se expresan más plenamente cuando se crían juntos que solos”. Una bella manera de relatar la interconectividad y complementariedad que se teje en la naturaleza.