Después del gobernante actual, casi cualquiera podría ser presidente. Está tan baja la vara, que un ciudadano promedio, hombre o mujer, sin ningún mérito particular, estaría más calificado. Y muy probablemente haría un mejor gobierno. La única condición para lograrlo sería no llegar a destruir.
En 2022, medio país, entre ellos muchísimos jóvenes y estudiantes universitarios, aceptó la ridícula ficción de que poseer conocimiento y experiencia, entender de economía, de finanzas o de relaciones internacionales, era casi equivalente a ser culpable, o al menos cómplice, de todo lo malo que Colombia venía arrastrando desde la Independencia.
Pero dejemos atrás ese año aciago y pensemos solo en 2026.
Sin duda, existen posibles candidatos dotados de capacidad intelectual muy profunda, liderazgo natural y fogueados en muchísimos frentes. Entre ellos se destacan Mauricio Cárdenas, Germán Vargas, Enrique Peñalosa, Juan Carlos Echeverri y José Manuel Restrepo. Han forjado sus carreras atendiendo ante todo a la técnica, pero sin olvidar los aspectos profundamente políticos, sociales y humanos de sus decisiones.
Sin embargo, tener matices de centro-derecha, o haber trabajado con seriedad y resultados en gobiernos anteriores, no necesariamente los hacer populares. O elegibles.
Al contrario, es un obstáculo gigante para obtener votaciones altas de ese medio país que hoy sigue apoyando al gobierno de izquierda, a pesar del garrote que, solapadamente, le da todos los días a los jóvenes y a las clases populares.
Ninguno de esos brillantes exministros o exalcaldes habría sido tan irresponsable, tan canalla, como para -prácticamente- acabar con el Icetex y salir a cantarlo como una victoria. Ninguno de ellos sería tan sinvergüenza como para dejar en el aire, sin dinero que ya estaba comprometido para ellos, a miles y miles de estudiantes de recursos insuficientes que, por sus méritos, obtuvieron becas para estudios universitarios dentro y fuera del país.
Pocas instituciones en Colombia, o tal vez ninguna, han promovido la movilidad social de forma tan eficaz como el Icetex: traer las oportunidades de estudio profesional de alto nivel a jóvenes que no tienen los medios para pagarlas es una misión admirable como pocas. Eso sí es cambiar vidas y cambiar futuros.
¿Que las tasas de interés son muy altas (no lo son, realmente) o que presionan mucho para que los ya graduados devuelvan el dinero? Sin duda, hay ajustes urgentes que cualquier gobierno, incluso uno malo, ya estaría implementando. Pero no, este gobierno está en otra cosa, vive una realidad paralela.
Que los jóvenes se pellizquen, porque hasta 2022 -antes de las funestas reformas de este gobierno- sí tenían acceso casi universal a la salud; su posibilidad de emplearse luego de graduarse era mayor; sí podían acceder a financiación para sus estudios; y no tenían la obligación futura de cotizar tanto dinero para las pensiones de sus mayores.
Esos privilegios, que quizá ni conocían, les están siendo expropiados (nunca mejor dicho) por este gobierno, mientras les hace creer que está de su lado.
¡Al revés, nunca tuvieron mayor enemigo!