El trabajo de Edwin Monsalve (Medellín, 1984) se despliega en el terreno de una sutileza refinada y silenciosa, que es a la vez formal, intelectual y conceptual. Incluso puede afirmarse que es una obra paradójica, aunque alejada de planteamientos herméticos; aparentemente fácil y directa, abre la posibilidad de distintas capas de sentido.
En las últimas décadas se ha repetido con frecuencia que hoy todo es posible en el arte y para el arte. En realidad, desde el Romanticismo del siglo XIX, la libertad se afirmó como el valor e ideal supremo de los artistas, cada vez más conscientes de que en ello radica su aporte fundamental en el contexto social y cultural. Muchas de las condiciones que hoy reconocemos como características del arte contemporáneo están vinculadas, en alguna medida, con esa reivindicación de libertad a partir de la cual todo es posible. Así, por ejemplo, las rigurosas reglas de los oficios artísticos, que siempre habían sido entendidas como el camino para llegar al arte, empezaron a aparecer como obstáculos y fueron sistemáticamente rechazadas por muchos. Con frecuencia, las obras ya no se crean solo para ser vistas, sino que se hacen envolventes y ocupan amplios espacios urbanos, con propuestas de fuerte implicación política y social, y con discursos resonantes que, muchas veces, por su propia condición, son incisivos y directos.
De todas maneras, en ese contexto donde todo es posible, hay caminos muy diferentes que, sin renunciar a la propuesta contemporánea de intervención, parecen ubicarse, al menos a primera vista, en terrenos más cercanos al arte de siglos anteriores.
Una propuesta como la que Edwin Monsalve presenta en su exposición Futura historia natural (Galería La Balsa, Medellín) trae de inmediato a la imaginación el trabajo de los ilustradores científicos del pasado. Sin embargo, más allá de eso, despliega una estrategia que, según creo, puede definirse desde la perspectiva de la sutileza, y es por ese medio que nos entrega la complejidad de sus significados.
Por un parte, lo que primero llama la atención es la exactitud del dibujo que nos introduce en la ilusión de que se trata de la representación más precisa posible de un conjunto de especies animales en vía de extinción. Pero nuestra perspectiva contemporánea nos hace comprender de inmediato que estamos frente a una abstracción, un proceso mental que no se refiere tanto al mundo exterior sino, sobre todo, al arte y que, en esa medida, más que una imagen precisa, nos ofrece un pensamiento. En otras palabras, la sutileza y perfección de la forma no está aquí solo para contarnos cómo son estos animales (existirían medios más sencillos para hacerlo) sino para desarrollar en nosotros un pensamiento sobre ellos.
Pero, al mismo tiempo, de manera paradójica, resulta evidente que Edwin Monsalve sí se remite al conocimiento intelectual y artístico de los dibujos científicos que, desde las expediciones de los grandes naturalistas de los siglos XVIII y XIX, nos dejaron abundantes documentos de la riqueza de vida que nos rodea. La sutileza, entonces, radica en el complejo carácter de estas imágenes que se despliegan en simultáneas capas de sentido: abstractas y reales, antiguas y nuevas, arte y ciencia, precisas y, a la vez, abiertas a la interpretación.
Porque, en definitiva, el arte y la ciencia se plantean aquí, también de forma sutil, para desplegar una dimensión conceptual que va más allá del mero recuerdo de las ilustraciones del pasado. A diferencia de los materiales del dibujo tradicional, estos vívidos animales de Edwin Monsalve están realizados utilizando petróleo y carbón, es decir, recursos fósiles que, como se sabe, se generan a lo largo de millones de años a partir de restos orgánicos: un destino al que están abocados estas especies en vía de extinción. Esta Futura historia natural revela, entonces, una capa de sentido menos evidente, pero no hermética, de crítica ecológica, que se ve reforzada por la vinculación con el carácter científico de las imágenes.
Quizá la peculiar apuesta de Edwin Monsalve en el contexto del arte contemporáneo en Colombia radica en su silenciosa capacidad de hacernos detener frente a sus obras para posibilitar el descubrimiento de sus capas de sentido: la admiración frente al dibujo es un camino para la reflexión y el concepto que nos permiten gozar de la obra más intensamente.