/ Carlos Arturo Fernández U.
La influencia de la fotografía sobre las demás artes es uno de los procesos más interesantes y, desde un punto de vista cultural, uno de los más significativos a lo largo de los dos últimos siglos. Quien visita una exposición de arte contemporáneo o recorre un museo actual, comprueba que gran parte de las propuestas artísticas se desarrollan con base en fotografías, bien sea porque estas se presentan de forma directa o porque son el punto de partida de obras que se despliegan por otros medios.
El beso, frente al Ayuntamiento de París – Robert Doisneau – 1950
Pero, mientras se proclama casi como inevitable la desaparición de la pintura (lo que seguramente está muy lejos de ocurrir) y se proclama la irrupción polifacética de la imagen fotográfica como medio privilegiado de la producción artística, se debería recordar que esta es una relación que se remonta a la primera mitad del siglo 19, que la fotografía aparece como un descubrimiento con objetivos totalmente ajenos al arte y que, sin embargo, ya casi desde sus orígenes, representó uno de los mayores impulsos que la pintura ha recibido a lo largo de toda la historia.
En efecto, aunque la fotografía surge como un procedimiento mecánico que utiliza algunas técnicas que, como la “cámara oscura”, proceden del mundo del arte, el objetivo de sus creadores no es el de hacer obras de arte, ni tampoco alcanzan a vislumbrar que acabará estando en manos de todas las personas. Y lo comprueba el hecho de que cuando en 1839 el invento se presenta al público, se hace en la Academia de Ciencias de París, no en la de Bellas Artes, y se proclama como un procedimiento para el estudio científico de la naturaleza.
Boulevard du Temple, París – Louis Daguerre, 1838
Casi nadie piensa en ese momento que esa nueva técnica pueda tener relación con el arte. Incluso veinte años después, pensadores y críticos tan lúcidos como Charles Baudelaire siguen pensando que se trata de una herramienta perjudicial para los artistas y para toda la sociedad porque a través de la foto se reemplaza la acción humana con una producción mecánica, sin alma. No obstante, la realidad de la fotografía se impone sobre las técnicas tradicionales porque se inscribe dentro de la lógica que ha marcado el desarrollo del arte, y de manera especial el de la pintura, desde el Renacimiento. Más todavía: la fotografía representa el punto culminante de las búsquedas del arte dentro de esa lógica.
< Sara Bernhardt – Foto de Felix Nadar
En realidad, desde el siglo 15, el siglo del Renacimiento, los artistas buscaban por todos los medios que la obra de arte fuera la reproducción más exacta posible de la naturaleza, afirmando muchas veces, como lo hace Leonardo da Vinci, que la pintura es una ciencia y, más aún, la más precisa y convincente de todas. Por eso, la consideración de la fotografía como herramienta científica que entrega la imagen fiel de lo real, marca el logro del objetivo final de ese tipo de pintura dedicada a las apariencias de las cosas.
Así, el desarrollo de la fotografía acaba por ocupar el espacio social de la pintura y le arrebata gran parte de su territorio. Por ejemplo, antes de la mitad del siglo 19, un porcentaje muy alto de los talleres de pintura de París (se llega a hablar de dos terceras partes de ellos), que se dedicaba fundamentalmente a la producción de retratos, se transforman en gabinetes fotográficos en los cuales la realización de esas obras gana en facilidad, rapidez y economía. La fotografía parece dejar sin trabajo a los pintores que no quieren ser fotógrafos lo que, en principio, pondría en crisis todo el ambiente artístico.
Sin embargo, lo que ocurre a continuación es lo más importante. En primer lugar, los que siguen siendo pintores comprenden que el objetivo de la pintura no puede limitarse a la reproducción de las apariencias visibles, un ámbito que cubre mejor la fotografía, y emprenden la investigación sobre los problemas de la propia pintura: color, composición o expresividad llegan a ser realidades con un despliegue que lleva a la pintura a confrontarse solo consigo misma, no con las cosas.
Por otra parte, en contra de lo que se pensaba en la época de Baudelaire, los fotógrafos descubren que tienen en sus manos una herramienta poderosísima para el análisis de la existencia humana y abren una nueva historia de encuentros con las formas tradicionales del arte que lleva hasta el predominio actual que descubrimos en el arte contemporáneo.
Y finalmente, quizá lo principal, el desarrollo de la fotografía la pone al alcance de todo el mundo y nos convierte a todos en productores permanentes de imágenes, en un mundo donde las artes visuales se entienden, justamente, como producción de imágenes. No se trata de creer que una cámara convierte automáticamente a cualquier persona en artista. Pero sí se puede afirmar que la fotografía crea un universo de nuevas relaciones en el cual, aunque no seamos conscientes de ello, todos estamos más cerca de los problemas del arte.
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