Han sido muchas las ocasiones en las que me he detenido a observar la forma como los diferentes empresarios y líderes abordan el concepto de cultura, o al menos lo que algunos definen como la cultura en sus organizaciones.
La implementación de una cultura empresarial sólida nace primero desde una creencia profunda de los empresarios y líderes que deciden emprender este camino, al igual que tener un propósito mayor acompañado de una estructura simple, fácil de explicar e implementar y una práctica consistente de ejecución de hechos, lenguaje y protocolos.
En varias oportunidades me han preguntado de qué se trata esta práctica y por qué su importancia en la ejecución. La respuesta a esta inquietud es simple, cuando se está implementando un proceso de transformación cultural, debemos generar hechos que demuestren nuestro compromiso con el éxito y acompañar dichos hechos con un lenguaje coherente con la cultura que profesamos, esto último no solo refleja la forma como hablamos, las palabras y frases que cuidadosamente usamos, sino también la forma como nos tratamos.
Me llama la atención ver como algunos interpretan hechos de cultura como el ambientar espacios, tener salones para juegos o descanso, efectuar eventos en los que se invita a íconos de la cultura o personajes que han logrado hitos impresionantes, como escalar el Everest, por ejemplo; regularmente el objetivo es compartir la historia completa, del antes, durante y después. La verdad, todas son acciones plausibles, que son impactantes en el momento, infortunadamente muchas veces se diluyen y quedan como anécdotas divertidas. Los hechos relevantes de los que hablo son aquellos que tienen una estructura y propósito definidos y que reflejan y buscan la creación de la cultura deseada para que crezca y perdure en el tiempo.
Cuando generamos hechos y los acompañamos del lenguaje y trato definidos, es inevitable que empiecen a suceder eventos extraordinarios que definen el nuevo rumbo y el camino a recorrer, estos eventos los debemos protocolizar para que se conviertan en la forma y el fondo de esa nueva realidad, en otras palabras, los debemos convertir en el nuevo estado de ánimo y comportamiento de la empresa y sus integrantes, ahí es cuando decimos que la cultura no es una meta a lograr, sino más bien, un camino a seguir.
Para ilustrar estos conceptos, les puedo compartir que en nuestra organización no tenemos empleados, sino integrantes; no pagamos salarios, sino que cada persona genera sus propios ingresos; nos ocupamos, nunca nos preocupamos. El evento o protocolo que más nos gusta es el día en el que invitamos a la familia de cada integrante para compartir en la empresa, un momento muy significativo, porque mostramos lo que hacemos y, sobre todo, lo que sus familiares hacen, para que nuestro propósito sea posible; los hijos salen felices, porque entienden lo que hace su papá o su mamá, y los papás de los integrantes más jóvenes se sienten orgullosos de saber que sus hijos son felices. Sin embargo, lo más importante es que honramos los talentos de cada uno.
Invito a los empresarios a experimentar la ruta de la transformación cultural poniendo gran énfasis en los hechos, lenguaje y protocolos.