Estos son fragmentos de la vida de un médico que hizo de la cirugía su mejor herramienta para llegar a los más abandonados; y que, además, debió convertirse en padre y madre de su hijo, cuando tenía cuatro años. Esta es la medalla de la que se siente más orgulloso.
Es uno de los cinco médicos Juan Fernando Uribe que hay en Medellín, “pero el único Uribe Escalante soy yo”.
Se graduó como médico en 1977; hizo el rural en Turbo, en 1977, y en San Pedro de los Milagros hasta 1978. Se especializó (es decir que hizo la residencia) en cirugía general entre el 79 y el 82.
Toda su vida ha sido cirujano. Incluso antes de empezar a estudiarla: “Durante la carrera, en los tiempos de paro, que le pedí a un médico cirujano amigo de la familia que me dejara ir con él. Entonces, cuando llegué a la materia en séptimo año, yo ya llevaba muchísimas cirugías como ayudante, y sabía muchas cosas”.
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Trabajó con la alcaldía de Medellín; con la Congregación Mariana, que “me dio mucha formación social”. Y fue profesor unos meses en la Universidad Pontificia Bolivariana.
Siempre ha tenido su consultorio particular, donde sigue pasando consulta y haciendo cirugías, algunas gratis o casi gratis, ayudado por parroquias, comunidades religiosas y donaciones particulares.
“No soy capaz de decir que no”
Se unió a la Patrulla Aérea de Antioquia, como cirujano particular exclusivamente: “El objetivo con la Patrulla era operar todo lo que se pudiera, revisar las cirugías al día siguiente y luego volvernos”. Salían temprano del aeropuerto Olaya Herrera. Cuando llegaban al destino donde trabajarían ese día, ya había colas, muchas veces de más de cien personas, esperando la llegada del cirujano; y luego de una rápida consulta, se iniciaban las cirugías. “Yo escogía las prioritarias. En algunas ocasiones operábamos hasta la madrugada”.
Es que a veces no podía decir no. “En Pizarro, Chocó, una señora me dijo que se había demorado cinco días en lancha para llegar. ¿Cómo le dice uno que no la opera?”
Pero no solo por eso: “Porque la gente se quejaba de mucho dolor, y quería quitarse el problema de encima; porque algunos no creían que el cirujano fuera a volver; y porque yo no soy capaz de decir que no”.
Trabajaba en las condiciones que le tocaran. Una vez, con el agua a las rodillas, porque se había inundado también el hospital; si no contaba con anestesiólogo, él mismo ponía anestesia local o raquídea, en cirugías menores; u operaba en el suelo… en fin.
Incluso con la guerrilla respirándole en la nuca. Una vez lo secuestraron para que operara a un guerrillero en el monte. “Yo tenía un kit de supervivencia, y fue tanto el susto que se me olvidó sacarlo”. En otra ocasión se apareció un guerrillero a la consulta y le dijo que venía para que lo operaran. El cirujano le dijo que ya tenía sus pacientes. “Entonces, una enfermera me susurró que ese era de los duros. Al fin me tocó meterlo, pero lo dejé de último en la cola. Lo operé como a las diez de la noche.” También vivió ocho días con unas monjitas en un barrio “que era de pura guerrilla. Yo no le tenía miedo por mí, sino por mi hijo, y por las minas quiebrapatas”. Aparte de sustos, ningún problema.
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Juan Fernando ha hecho casi toda clase de cirugías. Las grandes, en los hospitales regionales de Condoto, Vigía, Turbo, Apartadó, Yarumal, Yolombó y Tierralta (Córdoba). En total, unos 40 municipios. Las cirugías más frecuentes: hernias, histerectomías (sacar la matriz), tiroides, vesícula, etc.; muchas cirugías menores y de niños. “Hasta de próstata, que suele hacerla un urólogo”. Nunca se le murió ningún paciente mientras lo operaba. “Después, no sé, porque muchos se iban muy lejos y no volvíamos a saber de ellos”.
“Una vez, en El Bagre, operé a una mujer que tenía cáncer en la matriz. Después de regresar a Medellín me llamaron a decirme que se había complicado. Le pedí a la gerente de Aces un pasaje regalado para volver y atender a esa mujer. Ese mismo día volví a operarla y quedó bien”.
Su mejor rol
Luego de permanecer muchos años con la Patrulla, hace 20 que “con esa visión de la cirugía ambulatoria, más mi práctica, más cierta temeridad y seguridad en mí mismo, empecé a trabajar por mi cuenta, visitando municipios sin médico de Chocó, río Atrato, Urabá, Córdoba y ahora el nordeste de Antioquia y Magdalena Medio. Cobraba precios simbólicos por las cirugías.
Al volver al Chocó, hace poco, lo encontró peor que antes, no solo por la deforestación, sino por la minería. “El río Atrato, que toda la vida dijimos que era el más caudaloso del mundo, no, es un pantanero, son riachuelitos ya. Todo el Chocó se lo entregaron a los chinos y a los canadienses; toda la madera del Chocó se la están llevando, están acabando con todo. De Quibdó para abajo, hacia Condoto e Istmina, hay puros desiertos a lado y lado. Todos esos árboles maderables finos, centenarios, caobos, cominos, todo eso se lo llevan. Pero desde que yo hice el rural en Urabá (1977), ya había compañías que explotaban la madera. De Turbo a Necoclí ya no hay selva, todo son fincas. Bajirá era selva, ya no. Hasta Riosucio están acabando también todo eso”.
A pesar de este currículum tan amplio y maravilloso como cirujano de las clases desfavorecidas, y con el cual está muy contento, aunque no le gusta hacer mucho ruido con ello, su mayor orgullo es haber sido padre y madre de su hijo. Fue lo que le tocó hacer cuando su mujer le dijo que se iba y le dejaba al hijo, de cuatro años (hoy tiene 39). A Juan Fernando eso le volteó la vida. “Cuando vino la separación, yo dije, primero mi niño. Eso a mí me dio muy duro, pero yo dije, tanta mujer que hay sola con tres o cuatro hijos y ha salido adelante, yo con uno, tengo que ser capaz.”
Se quedó con un trabajo de medio tiempo, para la alcaldía de Medellín, con el fin de tener un ingreso para educar a su hijo: “pero lo que ganaba solo me alcanzaba para lo básico”. Hoy en día se siente súper orgulloso de lo que hizo por y con su hijo, y de la calidad de hombre que educó y crió. Ese hombre hoy está casado y tiene un hijo. “Somos muy buenos amigos.”
Desde 2018 no hace esas jornadas tan intensas por motivos de salud, pero sigue yendo a pasar consulta, a operar y a llevar medicamentos y otros enseres, a muchos de esos mismos lugares donde fue por primera vez con la Patrulla, y a otros nuevos. Casi siempre lo aloja alguien conocido, lo invitan a comer o paga la suya. “Y seguiré ayudando a los más necesitados, mientras la patria me necesite.”