/ Carlos Arturo Fernández U.
Las clasificaciones son siempre problemáticas, pero nos refugiamos en ellas por comodidad, para no poner en discusión la estructura de lo que conocemos. Con frecuencia la historia del arte se aferra a una catalogación simplista de los artistas, como si de ello dependiera la comprensión de lo que creemos que es el proceso “cierto” de esa historia. Por eso es arriesgado asomarse de nuevo a la obra de un artista que creíamos conocer: podemos acabar descubriendo que, en realidad, no sabemos qué cosa es el universo del arte en el que creíamos movernos bien, y nuestras clasificaciones se derrumban.
Jorge Cárdenas (Santa Rosa de Osos, 1931) fue el único artista antioqueño residente en Medellín, seleccionado para participar en la Primera Bienal de Coltejer, en 1968. Para los demás colombianos, esa Bienal representó un espaldarazo con el cual, en la más importante exposición internacional realizada hasta entonces en el país, se reconocieron trabajos que manifestaban un contexto en el que empezaban a abrirse paso nuevas tendencias. Pero no tuvo el mismo efecto en el caso de Jorge Cárdenas, quizá porque en el medio regional su formación y trabajo ya estaba clasificado en otros términos.
Pesadilla. 1973. Pintura (óleo sobre tela). 166 x 114 cm. Colección Museo de Antioquia. Esta obra actualmente hace parte de la exposición que se hace como homenaje al artista en la sala de exposiciones de EAFIT
Así, para aproximarse a su obra siguieron predominando las referencias a sus maestros y al rigor académico del que procedía, y continuó siendo visto como un figurativo tradicional, gran dibujante y con un riguroso sentido de la composición. Y adicionalmente, se reconocía la estatura del profesor comprometido, que ha sido permanente en su vida artística: su intenso trabajo como educador, su profundo humanismo, su amplio conocimiento de la historia del arte. Como nos refugiamos en las clasificaciones, Jorge Cárdenas ha sido reconocido (y encasillado) como un clásico figurativo, dedicado a la pintura de bodegones, de figura humana, de retratos y de paisajes.
Pero resulta desconcertante, y hasta incómodo, detenerse a contemplar de nuevo su obra y descubrir en ella la distancia que la separa de una tradicional búsqueda de la belleza clásica o de una actitud mimética frente a la realidad.
Es indudable que Jorge Cárdenas fundamenta toda su obra en un conocimiento muy profundo de los oficios académicos que, además, practica con total solvencia. Pero una vez asentados y manejados esos fundamentos, el artista emprende un trabajo que parece dedicado a explorar posibles variables del antiacademicismo. Esa actitud puede percibirse en todos sus temas, incluso hasta llegar al casi total alejamiento de la figuración por el privilegio absoluto del color.
Si se quiere afirmar que Jorge Cárdenas es un clásico y un académico será necesario agregar que es también un pintor “corrosivo”, que analiza permanentemente los límites de la academia y los destruye. Para ello se vale de la historia del arte, del Renacimiento en adelante pero, sobre todo, entre los siglos 17 y 20. Y le da un valor especial al ámbito amplio del Posimpresionismo, desde Cézanne y Van Gogh hasta Andrés de Santamaría, porque comprende muy bien que allí hunde sus raíces el arte contemporáneo y, por tanto, es el momento privilegiado para comprender y afirmar su propia condición vital como artista.
Jorge Cárdenas estudia a muchos de los grandes maestros para transformarlos e investigar posibilidades de sentido diferentes al original. Paul Cézanne está presente en muchos de sus bodegones, con las sutiles inexactitudes que ponían en movimiento la percepción. A veces parece recordar a Van Gogh que seguía constantemente un proceso experimental, preguntándose qué pasaría en un cuadro si cambiaba los tonos dominantes, moderaba la expresividad, aumentaba los elementos simbólicos, y así sucesivamente. Andrés de Santamaría parece ser una presencia constante, quizá la fundamental, que se manifiesta en la generosidad matérica de la pincelada, en una riqueza cromática y de grumo que envuelve muchas veces las figuras, en cierta languidez expresiva y en la deformación expresionista. Pero también en la obra de Jorge Cárdenas están presentes Rembrandt, Turner, y muchos más.
No es posible encasillar a Jorge Cárdenas en el esquema de un clásico académico. Se asemeja y se distingue de muchos artistas, se acerca a muchos momentos, discute sobre muchos frentes; pero, curiosamente, se escapa de nuestra obsesión por las clasificaciones. Es un clásico que, aunque reconoce la grandeza del pasado, cuestiona permanentemente las herencias que ha recibido, porque comprende que el arte es, ante todo, arte y no reproducción de apariencias, y que sus problemas no pertenecen al orden de la demostración física de las cosas sino que se ubican en un terreno más movedizo y difícil: el de la comprensión de la obra de arte como un todo de sentido, en el cual las divisiones entre oficios y contenidos resultan imposibles.
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