Uno de los libros a los que siempre regreso es el llamado Oráculo manual y arte de prudencia, de mi querido don Baltazar Gracián (por cierto, Esteban Carlos, creo que el poema de Borges es una buena razón para leerlo), y cada vez que vuelvo me pregunto por qué tardé tanto para encontrar ese mapa tan certero del mundo y las interacciones de los hombres.
A Gracián llegué por el atajo del inglés. Les había echado el ojo a los tres volúmenes de El Criticón, me había preguntado quién leería ese mamotreto en nuestro tiempo, y consideré leerlo nada más por llevar un poco la contraria. Pero habría seguido posponiendo esa lectura si no caigo redondito en una traducción al inglés del Oráculo. Me bastó una ojeada para entender que esa vaina era más tesa que El Príncipe de Maquiavelo, mejor incluso que el bestial parloteo del Calila y Dimna, y que no estaba libre de la acidez sarcástica de las Máximas, de La Rochefoucauld.
Esa noche me dormí tarde después de agotar sin digerirlos los 300 principios que constituyen el Oráculo. No es por dármelas de gringo, pero la claridad de la traducción ayudó mucho. Las veces que he regresado a la versión en español, con todo y lo bello que me parece el fraseo, me ha costado mucho entender la idea y he debido volver a la transparencia de la versión en inglés. En esas andaba, leyendo el Oráculo en castellano del siglo 17, ayudándome a entender con la traducción, cuando me crucé con el principio 98 y sentí que lo leía por primera vez.
Me permito transcribir el estilo agraciado de Gracián: “Cifrar la voluntad. Son las pasiones los portillos del ánimo. El más práctico saber consiste en disimular; lleva el riesgo de perder el que juega a juego descubierto. Compita la detención del recatado con la atención del advertido: a linces de discurso, jibias de interioridad. No se le sepa el gusto, porque no se le prevenga, unos por la contradicción, otros por la lisonja”.
La filosofía es oro puro: si quieres lograr algo, quédate callado; de lo contrario los otros querrán impedir que lo logres o arruinártelo. Lo del carácter dañino de la lisonja es uno de los aspectos más sutiles del mensaje. Oculta, oculta, oculta a como dé lugar, si quieres que nadie se interponga entre tú y el cumplimiento de tus deseos.
El lenguaje es de gran finura. Palabras como “advertido” o “cifrar”. El subjuntivo sostenido con elegancia. Las figuras de lenguaje: ¿“A linces de discurso, jibias de interioridad”? La sola nota de pie de página es un poema: “Porque la jibia se defiende disimulándose, cubriéndose con la tinta oscura que expele de su cuerpo”. La traducción misma es una belleza: “against the eye of the lynx, the ink of the cuttlefish”.
No puedo explicar aquí el sentido del Oráculo de Gracián, y ni siquiera el de este fragmento que he señalado. Su origen se remonta a las capas más animales del ser humano. Pero puedo explicar por qué en este libro me siento como en mi casa. El sábado pasado volví al Oráculo pidiéndole que me iluminara. Abrí al azar una página. Así llegué al fragmento de las jibias. Quién sabe cuántas veces habré pasado por allí, pero sólo durante esa lectura me dio por reconocer que no sabía lo que la palabra designaba. Por el contexto se podía inferir que era algo así como el calamar. Pero al leer la nota de pie de página sentí como si cayera dentro de un espejo de obsidiana. Así es, eso soy, con esta grafomanía que da sentido a mi vida… un animal que se disimula, cubriéndose con la tinta oscura que expele de su cuerpo.
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