Cuando Jane Goodall apareció en el escenario, ya el público era suyo.
(Si no factura moviendo las caderas como Shakira o voleando la melena rosa como Karol G, ¿por qué, entonces, la cantidad de gente que esperó por horas para ver y escuchar a esta mujer? Porque hay razones para la esperanza, diría ella: “Una esperanza genuina, que requiere acción y compromiso”).
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No fue sino que los reflectores iluminaran su figura menuda que se posaba cerca al atril, para que el público se levantara y la arropara con un aplauso calentador. Como si fuera una estrella. Lo es, y resplandece. Científica, naturalista, etóloga, primatóloga, ambientalista, humanista y activista de un modo inspirador. “Me di cuenta de que tenía un don: el de comunicarme con la gente. De llegarle al corazón con las palabras. Siento que es mi responsabilidad emplear ese don para hacer algo bueno por el mundo y dejarle un mejor lugar a las futuras generaciones”.
Una leyenda viva llena de intuición, empatía, resiliencia, humildad… “Me considero naturalista más que científica. Una científica está más concentrada en los hechos y el deseo de cuantificación. Una naturalista busca la sensación de maravilla en la naturaleza; escucha su voz y aprende de ella al tiempo que trata de entenderla”. En lugar de desgranar cifras apocalípticas, cuenta historias conmovedoras. “Estas son las historias que la gente tiene que escuchar, historias de batallas exitosas, de quienes tuvieron éxito porque no se dieron por vencidos. De las personas que tras perder una batalla se preparan para la que sigue”.
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Ha logrado el respeto y la confianza de la comunidad científica, de la gente común, de benefactores, gobiernos, tribus africanas, niños y jóvenes y, sobre todo, de los chimpancés que agradecen su existencia. (También de cazadores furtivos y taladores de bosques que ahora se han sumado a la causa; Lady Chimpancé, le dicen: “Me di cuenta de que, si no podíamos ayudar a la gente a encontrar una forma de ganarse la vida sin destruir el entorno, no habría manera de salvar a los chimpancés”).
La presencia sutil de esta hermosa joven de 90 años se volvió potente cuando se paró ante el micrófono, pidió que se encendieran las luces e inició la charla. Muchos crecimos viendo los documentales de su vida y obra y leyendo sus escritos -con la misma emoción con la que ella cuenta que leyó a Tarzán-, y no podíamos creer que nuestra heroína sí fuera real; estaba ahí, al frente, dirigiéndose a nosotros. Poco a poco, ella y los chimpancés de Tanzania, a cuyo conocimiento se ha dedicado desde los veintes y a cuya conservación, desde hace décadas, gracias a su propia fundación, fueron desfilando con nombres, familias y experiencias por entre la cantidad de parientes cercanos -compartimos con ellos el 98 por ciento de la secuencia del ADN- que nos congregábamos en el teatro y que no queríamos que terminara de hablar. Pero lo bueno también termina. La despedimos, entonces, con muchos aplausos otra vez, salpicados de bravos, piropos y no faltó quien pidiera otra.
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ETCÉTERA: “Cada individuo importa, cada individuo tiene un papel y un impacto sobre el planeta todos los días. Y podemos decidir qué clase de impacto queremos tener”. Un código moral universal encierra esta frase de Jane Goodall Superstar.