El material interactivo reposa en la Pinacoteca de São Paulo, en Brasil. Es una cartilla de acrílico en la que pueden armarse las duplas de cosas que nos unen y que nos separan. En el instante exacto en que la miro dice: “Lo que nos une: identidad y comunidad. Lo que nos separa: identidad y comunidad”. Es común que las cosas que nos distancian sean las que están más cerca de nosotros.
Acostumbrados a vivir en las orillas del pensamiento, presurosos enamorados de las intervenciones que anteponen la “o” y expertos en necesidades clasificatorias, estamos convencidos de que, para tener una identidad, solo existe una forma posible de ser humano y, por lo general, está ubicada en los extremos. Es por esta razón que nos sorprende que una muy buena madre decida un fin de semana pegarse una fiesta en la que lo olvide todo. También que sorprendamos a un científico leyendo el horóscopo y ni se diga que una persona que está muy triste en la oficina pueda estar feliz en las redes sociales. El afán de coherencia, muchas veces, nos separa y nos llena de máscaras.
Recuerdo las palabras de un consultor que tuvimos en la empresa para la cual trabajo y que, con frecuencia, solía decir: “No siempre estoy de acuerdo conmigo mismo”. Somos hijos de la incoherencia, aspiramos a las conversaciones y debates álgidos para cambiar los pensamientos de los otros y recurrimos a la retórica para conmover y persuadir. Durante los días nos habitan cientos de personas; como bellamente lo plasmó para la literatura el poeta estadounidense Walt Whitman: “Soy inmenso… y contengo multitudes”. ¿Por qué entonces tanta necesidad de figurar en una sola ruta?
¿Se imaginan entonces cambiar la “o” por la “y”? En mi caso podría ser casera y callejera, responsable y enfiestada, artificial y natural, profunda y light (este me encanta: como una chica Almodóvar), fuerte y frágil. ¿Qué podrían ser ustedes? Imaginar la posibilidad de la no dualidad resulta, cuando se pone en práctica, en un acto reconciliador con la vida.
Estamos – o al menos algunos tibios como yo lo están – hambrientos de relatos integradores que nos permitan ser muchos al mismo tiempo, habitar la franja de los grises e integrar todas las narrativas que se nos dé la gana. Queremos dejar atrás esa mirada binaria de la vida que tanto daño nos ha hecho. “El ser se manifiesta de muchas maneras”, le aprendí a una profesora de yoga kundalini.
Esto no quiere decir que no tengamos principios y valores, son claves para relacionarnos con el mundo. Sin embargo, es importante recordar que las aguas estancadas se pudren y que, si nunca cambiamos de opinión, si nunca nos integramos, corremos el riesgo de quedar petrificados. Como bien lo dijo en vida el francés Andrè Gide: “Sólo los imbéciles no se contradicen nunca”. Integrarnos, en otras palabras, podría salvarnos de la estupidez.