Hay una acepción de comodidad que nos señala algo distinto al hecho de estar a gusto y se refiere más bien a la pereza o la irresponsabilidad.
Ejemplo: si oímos decir de una persona que es “muy cómoda”, sabemos que no se está celebrando su potencial ergonómico, sino señalando su falta de esfuerzo, su “conchudez”.
No es para analizar regionalismos lingüísticos, sino para reflexionar sobre una ocurrencia común: que, a la hora de aportar al cuidado del planeta, muchas personas piensan que deben renunciar a una buena vida.
No es así. No hay que darles la espalda a todas las comodidades que hemos alcanzado a lo largo del tiempo. No se trata de volver a las cavernas o de andar con frío y empelota; ni siquiera de prescindir del internet o de un buen restaurante y un buen vino de vez en cuando, por decir cualquier cosa.
Se trata de no ser “conchudos” ecológicamente y de asumir ciertas incomodidades como desafío a la pereza contaminante. No son sufrimientos, sino esfuerzos realizados con orgullo que se convierten en hábitos.
Reducir el consumo de plástico parece implicar incomodidad. Pero andar con termo y no comprar botellas de plástico o preferir envases de vidrio en vez de bolsas para bebidas, son buenas prácticas, buenas “incomodidades”. Por ejemplo, la iniciativa de Colanta con la botella de vidrio es interesante. Lástima que sea solo una edición limitada (y que las botellas no sean retornables).