A menudo suelen preguntarme: ¿qué piensas del marketing con influenciadores? En esta ocasión, me atrevo a entregar una respuesta pública.
Las marcas personales siempre han existido y sería injusto decir que los hoy llamados influencers capitalizaron un terreno inexistente, pues este ya estaba abonado.
Lo que sí es cierto es que las redes sociales y los cambios que en la democratización de la información representó la llegada de Internet, hicieron que voces que antes no tenían eco, comenzaran a obtener más rápido eso que en otros tiempos llamaron: “15 minutos de fama”.
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Como estratega digital, creo en el marketing con influenciadores, pero, con anotaciones puntuales al margen de la página.
La más grande de ellas es: no todos los influenciadores funcionan para todas las marcas y es necesario reconocer cuáles son las clases de embajadores que necesitamos.
Cuando cedemos la promoción de nuestra marca a una persona en particular -lo mismo sucede con los aliados- también estamos hablando como empresa.
Así que, si he de entregar un par de recomendaciones, esas son: antes de contratar a un influencer haga seguimiento de sus publicaciones, verifique con cuáles otras marcas se relaciona, reconstruya su mundo y hágase la siguiente pregunta: ¿dejaría que la voz y la historia de mi empresa quede en manos de esta persona?
En días donde solo nos fijamos en los números, traducidos ellos en la cantidad de seguidores, los influencers, que pululan por su inteligencia, pero también por su estupidez, deben ser estudiados con detenimiento.
Los hay en diferentes niveles y su contratación debería depender del objetivo que tengo como organización. Si su enfoque es local, sería mejor trabajar con nanoinfluencers (entre 100 y 1.000 seguidores), cobran menos dinero e impactan en las comunidades pequeñas.
En el caso de que su objetivo de mercadeo esté enfocado en una temática en particular los microinfluencers (entre 1.000 y 100.000 seguidores) serán su mejor opción. Se les reconoce por ser expertos en algo y su validación se construye desde el conocimiento. Y están los macroinfluencers (100.000 a 500.000 seguidores), se les caracteriza por la profesionalidad de sus contenidos y por el grado de autenticidad que expresan en su contenido. Son masivos y al igual que los megalinfluencers (más de 500 mil seguidores) se les compara con celebridades o figuras inalcanzables.
Ahora, en un mundo donde todos podemos influenciar a alguien, y en el que las marcas personales se convierten en medios de comunicación, vale la pena hacerse preguntas alrededor de la ética.
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Como marcas, no deberíamos promover la desfachatez de algunas figuras y en cambio estar atentos a sus principios, propósitos de vida y estados de coherencia. Esa sería una buena forma de regulación. No obstante, la academia, las oficinas de mercadeo y las mesas de conversación de los influenciadores también deberían enfrentar este modelo a preguntas fundamentales que apunten a una comunicación pública no solo eficaz, también responsable.
¿Alguien se anima a conversar?