Luces y sombras. Personajes que aparecen y desaparecen. Expresan sus textos como ejercicio de actuación. Están y luego no. Una trompeta con sordina profundiza los momentos. Textos que duelen porque expresan una realidad que duele.
Varias gentes en línea yéndose. Una de esas personas carga a un perro cariñoso que se mueve inocente como si fuera de paseo. Se van porque no pueden quedarse.
¿De qué vale revelarse al sistema si igual este te secuestra para molerte en su guerra?. Un muchacho solo quería expresar de pie su hartazgo por los 12 años en los que tuvo que despertarse a la misma hora, además de estar sentado.
Un par de muertos que recuerdan lo que se dijeron justo antes de matarse, y que ahora, saben, no valía la pena. No valió nunca la pena ninguna de las palabras expresadas, el odio aprendido, el juicio, la descalificación.
Incertidumbre, el reciente estreno del Teatro Matacandelas, es una obra de este tiempo, con desplazados, hijos que se revelan del sistema (que no los perdona por eso), familias que saben que esos hijos se alejan y aunque les duela, los entienden porque ellos mismos hubieran querido irse antes de que todo eso pasara. Un llanto de una madre que se desgarra por dentro cuando sabe que su hijo ya no está. La estética de la obra, ya se ha vuelto una marca, quizás un estilo “matacandelas”, que de alguna manera “garantiza” qué esperar cuando vamos a ver sus obras.
Incertidumbre, como ellos mismos lo dicen es “un collage de despojos”. inspirada como escriben en su programa de mano, en “sus santos patrones Brecht, Vian y Tzara” autores de principio del siglo XX que se pronunciaron “contra las certezas que se precipitaban al abismo”
Esta vez mi esposo me acompañó y le encantó la experiencia. Hace varios años que no iba y le gustó más. Se alegró por el crecimiento del teatro, por la zona amplia para los conciertos.
Cuando nos íbamos a dormir, yo le dije que me sentía triste. Lo atribuí a la quinta sinfonía de Shostakovich que habíamos escuchado. El me dijo:
“Quizás fue la obra, porque también era triste, así como la sinfonía. Esas eran épocas muy duras”.
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Finalmente mi tía murió, luego de un poco más de tres meses hospitalizada. Nada que genere más incertidumbre que la muerte. Cómo y cuándo llega. A dónde se va “eso” que está “dentro” que abandona ese cuerpo físico después de irse. Acompañar en esa despedida a los seres queridos. Reconocer que ya su cuerpo no puede más, escuchar su sufrimiento y entender que lo mejor es que se vayan, por ellos y por la vida que tenían que ya no será igual. Entender la determinación de su alma que ya hala para otro lado y no retenerlos más.
La muerte es ese recordatorio de lo que somos. Tenerla cerca puede que te haga parar y tal vez, recalcular, o al menos volver a gozar el camino o reencontrarnos con el verdadero sabor de la vida, porque el norte siempre lo has sabido. Vuelves a la fuente, vuelves a ti y cuando lo recuerdas, vas sin miedo. Y es sabio todo el proceso, los tiempos justos porque el deseo de irte no puede acelerar tu momento. Vivirás lo que tengas que vivir. Todas esas personas que te visitan lo hacen con amor sin duda, pero también con miedo, preguntándose cuándo será su turno, quién será el próximo.
Y mientras tanto, los signos vitales antes “estables” se van disminuyendo, como esa velita que se va consumiendo. Ahí lloramos juntos, y esas lágrimas nos permiten los abrazos o los te quieros que nos reservamos. Y finalmente la exhalación para volver. Dejarnos ir y quedar en las obras que dejamos.
“Es así como se acaba el mundo. No con un estallido, sino con un gemido” .
T.S. Eliot.