Con frecuencia me han preguntado si de verdad una cultura organizacional estructurada, basada en una creencia fuerte y ejecutada con rigor genera, además de un ambiente y clima organizacional muy atractivo para los integrantes, uno de alto rendimiento y productividad con resultados económicos, que valgan la pena el esfuerzo de entrar en tan retador e innovador proyecto de transformación, y lo que siempre contesto es que, si se parte de una creencia profunda y se definen propósitos claros, con la decisión de no ceder ante los obstáculos, esa transformación cultural no solo cambiará para bien el ADN de su organización sino que adicionalmente traerá potentes descubrimientos que llevarían a la empresa a niveles nunca antes presupuestados.
Siempre he dicho que una cultura empresarial, como ente rector de la organización, se compone de hechos, lenguaje y protocolos. En la medida en que desarrollamos los parámetros de esa cultura y definimos el propósito, que seguimos con disciplina y consistencia, comienzan a presentarse situaciones que nunca se habían experimentado y esos hechos deben acompañarse de un lenguaje en coherencia con la cultura definida, esto haciendo referencia a la forma como nos hablamos, tratamos y comportamos. Es de la mayor importancia protocolizar los hechos que se van presentando, convirtiéndolos en los hitos de esa nueva cultura, la que a futuro identificará y definirá a la empresa en su entorno.
Esta nueva forma de ser y actuar de la empresa, lleva a integrantes y líderes a sentirse más empoderados y altamente inspirados para atreverse a probar nuevas formas de interactuar entre ellos, al igual que con proveedores y clientes, creando una nueva energía dentro de la empresa que la hará más atractiva para quienes ya hacen negocios con esta y con los nuevos clientes y negocios que se comienzan a desarrollar.
Esta cadena de hechos hacen que la empresa, no como meta sino como consecuencia, comience a experimentar crecimientos exponenciales que por supuesto traerán nuevos retos administrativos, operativos, de caja y en general relacionados con los dolores de crecimiento.
Mi experiencia personal y empresarial, que obviamente no ha sido un jardín de rosas, ha logrado en los 30 años, desde que tomamos la decisión de pasar de tener una empresa a crear una cultura, multiplicar su tamaño 40 veces y pasar de 40 empleados a 840 integrantes, que como decimos en nuestra organización, son 840 familias, ya que no hacemos contratos con personas sino con estas y su entorno familiar.
En conclusión, una transformación cultural en la empresa tiene no solo la capacidad de mejorar radicalmente el entorno, sino que sus posibilidades de hacer crecer exponencialmente una empresa en términos económicos, es más que evidente y por supuesto esta depende de la coherencia y decisión con que se ejecute.