Algo muy diferente es mi experiencia con el mundo de los sabores y por consiguiente con el conocimiento de todo aquello que hoy se come. Empiezo por reconocer que en asuntos de comida es mucho más lo que me falta por conocer, y más aun cuando se trata de productos y recetas de otras latitudes. Por eso el tema que ahora voy a tratar es sobre el encanto que he tenido en los últimos días, gracias a una correría que estoy realizando por la región Caribe colombiana, que me ha permitido toparme por primera vez con sensaciones gustativas ajenas a mi imaginación paliativa.
En esta correría ha pasado por mis ojos, mi nariz y mi boca una variada gama de productos la cual desearía detallar, pero en estos avatares de crónica periodística gastronómica el espacio es limitado y por lo tanto voy a comentar sin más rodeos mi encuentro con el marañón. No miento si asevero que he oído hablar de esta fruta desde hace más de 20 años, tampoco miento si digo que jamás la había tenido frente a mí. Pues bien, la semana pasada recién llegada a la famosa Currambera, el primer vendedor de semáforo que abordó la ventanilla de mi taxi puso a oscilar ante mis ojos una bolsa de hermosos frutos todos de igual tamaño, de igual forma y de igualitico color. Sin dudar un instante bajé el vidrio y pregunté por su nombre. En segundos pasaron por mi cabeza miles de salsas, nueces, esencias y licores ¿Marañón? ¡Me sentía en Indonesia! Las carretilladas de marañón se ubicaban a lado y lado de la vía por docenas, los había por millones en color amarillo pollito y los había por billones rojos cereza. Cual lengua de sapo que atrapa un mosco, saqué mi brazo y compré una bolsa amarilla y una bolsa roja. Habiendo llegado a la habitación de mi hotel lo primero que hice fue probarlos: ¿Quién dijo fruta? ¿Quién dijo jugosa? ¿Quién dijo sabrosa?
No tengo palabras para elogiar a esta condenada. No entiendo por qué me demoré tanto en conocer esta maravilla de mamá natura. Hacía muchos años no sentía una sensación tan placentera, al punto de que mordí con frenesí morboso. Me encantó haber conocido el marañón y estoy segura de que de hoy en adelante, durante los futuros meses de abril, a mi casa llegarán desde Barranquilla marañones suficientes para endulzar y disfrutar los años que me resten de vida.