La receta auténtica de los frijoles antioqueños no es una… es la de la casa de uno, o mejor, es la de la casa de la abuela, es decir la receta de la familia. Aunque los frijoles se preparen y se acompañen con elementos básicos e infaltables, a la hora de la verdad existe un toque de sabor que caracteriza los de cada grupo familiar y es por eso que pienso que en Antioquia existen frijoles Restrepo, frijoles Jaramillo, frijoles Londoño, y así de la a a la zeta; por lo tanto, existen tantas recetas de frijoles como familias frijoleras. Seguramente al niño Fernando Botero, lo engordaron durante sus años mozos con unos petacos (receta de Boteros o receta de Angulos) los cuales él aún añora y por más que intenta reproducirlos en su villa de Florencia o en su apartamento de París no le saben a los de su memoria de infancia, pues la fortuna no compra los sabores de la atmósfera y mucho menos los esotéricos sabores que salían de las manos de las señoras del servicio que trabajaban en los fogones maternos. Que yo sepa, el Maestro Botero jamás ha dado una entrevista en la cual haga alusión detallada a sus comidas del pasado; algunas veces se ha referido a su pasión por los frijoles, pero nunca ha entrado en detalles culinarios y sobra decir que los frijoles tampoco le han tocado su inspiración para quedar plasmados en su lienzo. Para nadie es un secreto, que cada vez que el maestro Botero se asoma por esta villa, su restaurante predilecto para deleitarse alrededor de un plato de frijoles era La Aguacatala. Con la noticia pública del cierre de este legendario restaurante, de cuya cocina salieron frijoles durante más de 40 años, me he puesto a pensar: ¡Dónde por Dios ! irá a poner el dedo o mejor ¿a quién le ira a firmar la cuenta Don Fernando? Desde ya le recomiendo al beneficiario que no se le ocurra cobrar el cheque, pues esa firma vale la pena guardarla como pieza numismática. Claro está, que entre los amigos íntimos que rodean al Maestro y los lagartos que se mantienen a su lado cada vez que pisa esta ciudad, permite asegurar que la frijolada con rones, cervezas y aguardientes es para un combito de más o menos 50 ó 60 personas. Quedan advertidos los dueños de restaurantes de cocina antioqueña. Desde ya deberían iniciar una pesquisa para averiguar cómo son los frijoles predilectos del maestro Botero. ¿Serán cargamanto o liborinos? ¿ Le gustarán calaos con plátano verde o con las legendarias coles? ¿Le gustarán con garrita picada o exuberantes pezuñas de marrano? En cuanto al chicharrón, ¿este le gustará grande y tostado o grasoso y pequeño, o en paticas para coger con los dedos? ¿Será verdad que las tajadas de plátano maduro son su pasión, pero que deben de ser pintonas? Y dicen los que saben que el hogao no le gusta con mucha grasa, sino en el jugo del tomate maduro con mucha cebolla junca y un chorrito final de manteca de cerdo. En asuntos de patacón, parece ser que sus favoritos son los pequeñitos y bien tostados; y en lo referente a las arepas, lo ofuscan de manera total aquellas de origen fabril y exige arepas de tela con huella digital y arepas de bola que humeen en sus masas. En cuanto al arroz, debe ser de un blanco absoluto, suelto y brillante y para acompañarlo exige el mejor cilantro finamente picado y totalmente aromático. De otra parte, exige un ají cuyo cromatismo permita adivinar cuán picante es, y, para finalizar, nunca ha podido encontrar una carne en polvo que le satisfaga. Parece ser que lleva años buscando aquella que le permita ser trasladada a su obesa imaginación pictórica. |