Humanidades ambientales para enfrentar la crisis

Hasta hace unos pocos años no había respuesta clara a la pregunta: ¿cuánta presión humana pueden soportar los ecosistemas globales? Hoy lo sabemos: existen nueve procesos clave para la estabilidad de nuestro planeta (los “límites planetarios”) y, para cada uno de ellos, conocemos el límite a partir del cual entramos en una zona de riesgo. Así, se sugiere que seis de esos nueve límites ya han sido gravemente perturbados, entre ellos el del cambio climático, que con tanta frecuencia resuena en las noticias.

Con frecuencia y con razón, pues la ciencia indica que estamos atravesando “tiempos peligrosos en el planeta Tierra” y que nos encontramos “al borde de un desastre climático irreversible”. Ese problema, por sí solo, ya reviste una sombría gravedad… pero no es el único reto ambiental: otro hecho preocupante  – que, como habitantes de un país «megadiverso», debería recibir mucha más de nuestra atención – es que la biodiversidad continúa perdiéndose a tasas alarmantes: según el Índice Planeta Vivo de la WWF, “todos los indicadores del estado de la naturaleza a escala mundial muestran un declive”.

Inevitablemente, la degradación ecológica es al mismo tiempo una amenaza para lo humano. Al respecto, podrían llenar varias páginas con citas como esta, de la Carta Mundial de la Naturaleza (adoptada por las Naciones Unidas en 1982): “La especie humana es parte de la naturaleza y la vida depende del funcionamiento ininterrumpido de los sistemas naturales”.

O como esta otra, más reciente, de Baptiste Morizot: “Nuestra crisis ecológica es, sin lugar a duda, una crisis de las sociedades humanas: pone en peligro la suerte de las generaciones futuras, las bases mismas de nuestra subsistencia y la calidad de nuestras vidas en entornos contaminados”. Se ponen en peligro la calidad de vida y la vida misma: en el 2015, la revista The Lancet dio a conocer que la contaminación del aire, el agua y el suelo causaron quince veces más muertes que todas las formas de guerra y violencia juntas.

No hay necesidad de elaborar más al respecto en este punto: dependemos de la naturaleza (que también somos) y, al destruirla, nos destruimos.

Es importante seguir examinando cómo ocurre la degradación ambiental y de qué manera conlleva a la destrucción del soporte biofísico de la vida y el bienestar. Sin embargo, es necesario que los asuntos ambientales se examinen a través de lentes adicionales a los de las ciencias naturales.

Algo se hecho también desde los campos de la economía, el derecho y las ciencias políticas, pero seguimos quedándonos cortos (muy cortos) en el campo de las humanidades ambientales, una mirada necesaria para comprender mejor cómo nuestras formas de pensar, narrar, imaginar y habitar el mundo están entrelazadas con la crisis ecológica.

Requerimos fortalecer las humanidades ambientales para profundizar en una perspectiva crítica y creativa que cuestione nuestras relaciones con la naturaleza y explore formas de vivir en un planeta gravemente herido. Es urgente complementar el diagnóstico científico con reflexiones sobre los valores, las emociones y los imaginarios que configuran nuestra convivencia con la naturaleza no humana. Humanidades ambientales: una tarea inaplazable para las universidades colombianas.

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