Y creo que esta infame edición número 666 del viernes 13 de mayo, es una muestra de ello. Y es que aunque usted no sufra de triscaidecafobia –fobia al número 13– y haya tenido el coraje de leer esta publicación, desafiando a los dioses o la suerte, tenemos que reconocer que aquí se manifestó el temido hueco, en esta coincidencia casi perfecta que ligó al número de la bestia al día de la mala suerte. Es como si se nos derramara la sal justo cuando pasábamos por debajo de una escalera.
Digo que la coincidencia es casi perfecta, porque el viernes 13 nos hace acomodarnos sutilmente a una costumbre anglosajona. Porque para nosotros el día de mala suerte es el martes y no el viernes. Pero no importa, acomodémonos un poco, y miremos de cerca los elementos conjugados en este azar.
Empecemos por el número 13. En la mitología nórdica 12 dioses estaban cenando en el Valhalla, hasta que aparece, sin invitación, Loki, dios de las travesuras, y convence al dios de la oscuridad, para que le dispare al dios de la alegría. Pero no vamos tan lejos: a la última cena la dañó el invitado número 13: Judas. Se cree que Caín mató a Abel un viernes 13. Y en los registros de la inquisición se señala que las brujas se reunían en grupos de 12 – el número 13 era el diablo. Falta agregar que en el capítulo 13 del Apocalipsis, es donde se habla del anticristo y la bestia. Por último está la carta número 13 del tarot, la mal llamada muerte, que en realidad es la carta sin nombre.
Los resultados de la infamia del número son evidentes: más del 80 por ciento de los edificios de gran altura carecen de un piso 13. Muchos aeropuertos se saltan la puerta 13. Los hospitales y hoteles regularmente no tienen una habitación número 13. Y así podemos ver su evitación en un sinnúmero de ámbitos humanos. Lo que me mueve por tanto a reconocer el coraje del periódico de seguir adelante con esta publicación desafiando todas las cábalas.
El 666, por su lado, corresponde a lo que en el apocalipsis se llama el número de la marca de la bestia. Lamento informarles que los estudios apuntan a un error de interpretación en el número: sería 616 en lugar de 666 –lamento si alguien se tiene que cambiar el tatuaje–. Otra imperfección en nuestra coincidencia casi perfecta. El número se le ha endilgado a innumerables receptáculos infames, desde el emperador Nerón, hasta supuestos dictadores de fantasías conspiracionistas, e incluso a la misma iglesia.
Pero lo que más me gusta del asunto es lo que nos muestra de nosotros. Y es que siempre necesitamos un símbolo que nos muestre la mala suerte, para creer que podemos evitarla y controlarla. Una parte nosotros se empecina en creer que tal vez Loki no hubiera llegado de imprevisto, o Cristo hubiera podido hacerle el quite al torcido de Judas, o Abel hubiese podido ahorrarnos la historia salvándose de Caín. Pero la carta sin nombre del tarot representa justamente eso: aquello que se nos escapa de las manos. Y es que así queramos agarrar a la mala suerte, la mala suerte es aquello que nunca se deja agarrar. Es sencillamente el hueco que hay en cada cosa.
El verso completo de Cohen dice así: “Hay un hueco en cada cosa, por ahí es por donde entra la luz”.
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