Desde el punto de vista técnico la Filarmónica es una orquesta sinfónica y no es una colección arbitraria de instrumentos; cada uno, por el contrario, ha sido escogido por los compositores a lo largo de los siglos para copar el mayor número posible de nichos sonoros, en timbre, tonalidad y posibilidades expresivas. Ningún otro instrumento o agrupación de instrumentos logra igualar la riqueza sonora de una orquesta sinfónica. Argumentan en su contra aduciendo que la música clásica es solo del gusto de una minoría; pero hay al menos un error craso en esta afirmación. Estas agrupaciones son extraordinariamente versátiles y permiten la interpretación de todo tipo de músicas, desde la llamada clásica hasta las populares. La música clásica es desde luego un bellísimo y amplísimo repertorio, pero las orquestas sinfónicas no se agotan allí.
Si la música sinfónica tuviera tanto público como algunos cantantes y agrupaciones populares podría hacerse con ella un gran negocio, pero este no es el caso, lo cual ratifica la necesidad de apoyarla desde el estado. Es necesario llevar la música sinfónica a todos los espacios sociales y permitir que los ciudadanos ejerzan su derecho a conocerla y aprendan a disfrutarla. Hemos visto desde luego progresos en los últimos años; las nuevas generaciones de músicos y sus círculos sociales y familiares, que han crecido con la Red de Escuelas de Música, han desarrollado ya un importante gusto por la música sinfónica.
Las sociedades obtienen en ocasiones unos logros inesperados y sorprendentes. Tal es el caso de nuestra ciudad, que logró casi milagrosamente construir una orquesta, la Orquesta Filarmónica de Medellín, de un nivel comparable a las mejores de Suramérica. Está conformada por muchos de los más notables músicos de Colombia y por unos pocos extranjeros de nivel sobresaliente. Algunos de estos músicos han logrado crear verdaderas escuelas de ejecución instrumental. Los músicos de la filarmónica son el referente, el modelo a seguir para los jóvenes instrumentistas que han venido y vienen formándose en la Red de Escuelas de Música, en las facultades de música de la ciudad y en la Academia Filarmónica.
Es indiscutible que a nuestros jóvenes se les muestren nuevas formas de tener éxito, distintas de la obtención de dinero rápido. Ser músico de una orquesta sinfónica no es asunto fácil, se requieren una vocación y un fervor que casi convierten el trabajo en un apostolado. Los músicos de la Orquesta se exigen tanto a sí mismos como lo hacen los deportistas de alto rendimiento, pero son además tutores de las nuevas generaciones y dignos representantes de lo mejor que nuestra ciudad tiene para mostrar.
En el pasado hemos perdido edificaciones e instituciones muy valiosas desde el punto de vista patrimonial. Los teatros Junín y Bolívar, por ejemplo, y la Orquesta Sinfónica de Antioquia (la Osda) que desapareció en 1994.
Remplazar la Osda y superar sus niveles técnico y artístico, le tomaron al menos veinte años a la Orquesta Filarmónica de Medellín. Es difícil hacer una orquesta. No basta con reunir a unos músicos; hay que encontrar unos lenguajes comunes, una sonoridad propia, hay que conformar un repertorio, hay que compartir experiencias durante años, hay que tener una trayectoria que requiere décadas. Nuestra orquesta cumplió treinta y tres años en 2016, lo cual es suficiente garantía de que se trata de una institución sólida. La calidad de sus interpretaciones y el nivel de los artistas con los cuales se ha presentado (tanto solistas como directores, coros y otras agrupaciones), serían motivo de orgullo para cualquier orquesta en el mundo.
Al momento de asignar los recursos públicos deben tener prioridad aquellas instituciones que sean símbolos de la ciudad y que puedan mostrar trayectoria, potencialidad y calidad. Todas estas condiciones las tiene la Filarmónica.
La supervivencia la Orquesta no puede seguir dependiendo de milagros: al Municipio le corresponde hacerse cargo de ella en nombre de la sociedad. No podemos permitirnos la progresiva desaparición de nuestro patrimonio cultural, construido por tantas personas a lo largo de tanto tiempo y sorteando tantas dificultades. El Municipio asigna unos recursos cada año vía contratación de conciertos, pero se trata de una suma casi insignificante comparada con lo que otras ciudades invierten en sus orquestas, y en todo caso menos de la mitad de lo que la Orquesta requeriría para funcionar.
Todos conocemos las necesidades que padecen nuestras comunidades, y es indudable que son muchas y muy apremiantes. Pero si los pueblos dejaran el desarrollo de su cultura para cuando tuvieran cubiertas todas sus carencias, tendríamos hoy unas sociedades paupérrimas en el peor de los sentidos, o quizás ni siquiera tendríamos sociedad. La cultura es el pegamento que mantiene unida la sociedad, pero es también lo que inspira a sus integrantes y los motiva para emprender grandes desafíos.
El alcalde Federico Gutiérrez es un hombre comprometido con la cultura y en su época de concejal dimos juntos algunas batallas en la búsqueda de un modelo de financiación que asegurara el futuro de la Orquesta. En su momento no lo logramos, pero ahora el alcalde Federico tiene el poder para tomar las decisiones que se requieren. Su Secretaria de Cultura es también persona muy sensible y comprometida. Pongamos manos a la obra para salvar la Orquesta. Las generaciones futuras no nos perdonarían otro fracaso.
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