Queremos todo rápido: respuestas, alivios, soluciones. La cultura de la inmediatez se ha colado en el mundo del bienestar y el crecimiento personal. El discurso del autocuidado se ha ido llenando de promesas express: reels con cinco pasos para encontrar tu propósito de vida, cursos de tres horas para liberarte de la ansiedad, talleres de una mañana para sanar tu relación con tu madre, retiros de fin de semana para transformar tus heridas de infancia.
Hace poco me encontré con la promoción de un programa que prometía superar el duelo en 2 meses, quien lo promovía incluso desacreditó explícitamente cualquier proceso terapéutico de mayor duración. Confieso que quedé en shock. No porque no crea que una persona pueda transformar aspectos importantes de sí misma en dos meses, sino porque ese tipo de mensajes simplifican en exceso algo que es profundamente complejo, íntimo, humano y singular: el trabajo personal.
Hemos empezado a consumir “bienestar” como si fuera comida rápida: accesible, instantánea, sin mucha elaboración, con mucha salsa y poco nutriente. Nos encantan los atajos: queremos que nos entreguen el mapa con la ruta marcada para llegar a la felicidad, la receta con el paso a paso para liberarnos del sufrimiento, el libro con el que lograremos conocernos y entendernos por completo. Pero hay un problema: eso no existe.
El trabajo de autoconocimiento no es un sprint, es un fondo. El desarrollo personal es un proceso: Implica observar con atención, detenerse, cuestionarse, escarbar bajo la superficie. Requiere tiempo, paciencia, compromiso. Como alguna vez escribí en esta misma columna, conocerse es una mezcla entre descubrirnos y construirnos. Y ambas cosas toman tiempo.
No se trata de ponernos etiquetas, el trabajo no está en decir “tengo apego evitativo” o “actúo así porque tengo una herida de abandono”. Ponerle nombre a lo que hemos vivido nos puede dar entendimiento, pero la claridad no transforma por sí sola. Comprender algo no es igual a integrarlo. Saber de dónde viene un patrón no necesariamente evita que lo repitamos.
La transformación requiere movimiento: hacer algo distinto, probar nuevas formas, sostener la incomodidad, des-identificarse de viejas respuestas. Implica llevar lo que leemos o entendemos a la vida misma: Ese es el punto donde el conocimiento se va convirtiendo en sabiduría. El problema no está en la información, hay contenido valiosísimo disponible y recursos que pueden ser aliados; el reto es no confundir información con transformación.
Chandresh Bhardwaj lo dijo:
“Todos quieren la corona, pero nadie quiere el fuego”.
Lo profundo no es instantáneo, lo significativo no sucede a toda velocidad. El proceso de crecer, cambiar y sanar implica introspección, reflexión, incomodidad, práctica, dudas, pausa, entre otros. Tal vez esta guía de autoayuda no sea la más popular en estos tiempos, pero el mensaje es necesario: el bienestar no se descarga en PDF. Se construye día a día, con voluntad, atención y compromiso.