El conocimiento que se genera en un lugar del mundo puede ser aplicado en otro sitio. Sin embargo, esto no debe hacerse como aplicando una plantilla, independiente de espacio, tiempo y gente.
La ciudad es el laboratorio más grande jamás construido por el ser humano. En ella, todos los días se experimenta, se aprende, se crea. Aunque los beneficios de mirar a otros para aprender de lo que han hecho para solucionar sus problemas son evidentes, es claro también que el conocimiento local, aquel generado al vivir, caminar y respirar en la ciudad propia es importante y no debe ser relegado.
Al hablar de ciudades a nivel global existe lo que algún autor llamó “las sospechosas de siempre”. Estas, por su condición de liderazgo en innovación, economía o política, se han convertido en modelos dominantes en muchos aspectos: infraestructura, sostenibilidad, seguridad, políticas públicas, etcétera. Muchas miradas se vuelcan hacia alguna de ellas cuando se trata de definir lo que es una ciudad sostenible, incluyente o equitativa, entre otras características deseables de la ciudad moderna. Normalmente hacen parte de este grupo urbes norteamericanas, de Europa del norte o de Europa occidental.
Esto no es malo per se. Algunas sociedades han sido muy afortunadas y han podido responder de mejor manera a los retos que han enfrentado. Sin embargo, la mayoría de la población habita ciudades ubicadas en el Sur Global (lo que antes se conocía como “Tercer Mundo”), por lo que esta parte del planeta debe recibir más atención de la que ha recibido en las conversaciones en búsqueda de soluciones a retos globales como el cambio climático y el desarrollo sostenible. Y esto es precisamente lo que ha venido pasando últimamente.
Una responsabilidad de ricos y pobres
El Sur Global ha ido ganando cada vez representatividad en escenarios de negociación. Un ejemplo palpable son los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS): Colombia lideró la iniciativa de definir objetivos que prestaran más atención a temáticas que recibieron poca o nula atención cuando se definieron los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), como lo son el cuidado de la biodiversidad, el clima, la producción y el consumo responsables y las aglomeraciones urbanas. Pero, tal vez más importante aún, los ODS reconocieron que el desarrollo sostenible es una responsabilidad de todos, ricos y pobres.
Anteriormente, los ODM se enfocaban más en reducción de la pobreza en países pobres y no le daban tanta atención a esa obligación conjunta que compartimos quienes habitamos el planeta Tierra. Aunque la pobreza y la obligación de erradicarla siguen siendo puntos innegociables, se reconoce que hay otros aspectos de la sostenibilidad que están conectados y merecen una mirada un poco más sistémica.
Las sociedades modernas se han vuelto interdependientes: el conocimiento que se genera en un lugar del mundo puede ser aplicado a otro lugar del mundo. Sin embargo, esto no debe hacerse como aplicando una plantilla estandarizada, independiente de espacio, tiempo y gente. Las soluciones “suaves” (por ejemplo, políticas públicas) y las soluciones “duras” (por ejemplo, tecnología) deben ser flexibles y tener la capacidad de adaptarse al contexto en el que se pretende sean implementadas y usadas. Es necesario entonces adaptar, no adoptar.
Aún más importante es ponerle más atención a la recursividad de las comunidades cuando se trata de usar lo que tienen a la mano. Luchar contra el poderoso impulso de salir a buscar soluciones por fuera, a ignorar lo vernáculo. Reconocer el rol fundamental que debe jugar el conocimiento local en la formulación de estrategias y políticas oficiales para enfrentar tantos problemas que aquejan a las ciudades. En lo local, con toda seguridad, encontraremos muchas de las fundaciones necesarias para que nuestras ciudades y comunidades sean sostenibles, equitativas e incluyentes (ODS #11).