Futuro y memoria

Mi cerebro contiene dos tipos de destellos. El primero de ellos ilumina el pasado y, ya sea mediante la incómoda nostalgia o desde la inclemente realidad, trae recuerdos de diferentes tallas al presente. El segundo se dibuja como un camino que, con mucha luz, traza la constelación de un futuro en el que habita la promesa de un quizá. Ambos, recuerdo y futuro, se parecen en algo: solo existen en mi cabeza. 

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Estoy segura, porque lo dice la ciencia, que en todos sus cerebros pasa lo mismo. Habitan memorias de recuerdos selectivos, porque recordamos lo que queremos. De la misma manera, se llenan espacios vacíos con imágenes que, ya sea desde el delirio o la imaginación (que a veces son lo mismo), recrean un futuro que a corto plazo tendremos dudas de si existió o si fue creado por nosotros mismos. ¡Vaya problema cuando todos recordamos e imaginamos diferente!

Siempre hablamos de que la memoria requiere de acuerdos colectivos. Yo prefiero decir que debe ser conversada, socializada y que debe construirse un relato de memoria que, desde los fragmentos que cada persona trae en su disco duro, nos resulte común. Como bien lo ha escrito Nona Fernández, autora chilena de la que tenemos mucho que aprender para no mirar el pasado solo como una atrocidad: “En los sueños, como en la memoria, no hay acuerdo ni debería haberlo”. La memoria es una experiencia personal que requiere ponerse en común para que exista en el colectivo. 

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Sucede algo similar con la idea de futuro, esa palabra que a muchos les resulta incómoda. Debemos hablar de los sueños, de cada una de nuestras fantasías y más positivas alucinaciones. Conversar sobre ellas nos llevará a reimaginar juntos un futuro, pactarlo y, sobre todo, construirlo. De lo contrario, en un mundo ausente de promesas como el que nos toca enfrentar en nuestras horas, no lograremos un cambio o punto de inflexión en el cual nos regalemos la oportunidad de construir un relato que supere la partícula y pueda pensar en la comunidad. 

Futuro y memoria, además de necesitar conversaciones se parecen en muchas cosas más. Primero, son palabras que a su vez se convierten en acciones. Me gusta usar la expresión futurizar. Segundo, no están distribuidas equitativamente, todos pensamos en una memoria y un futuro diferente según el contexto en el que vivimos. Tercero, a veces se nos obliga a vivir la memoria y el futuro de los otros, de alguien más que lo ha planeado, escrito o llevado a una pantalla. Y, por último, y tal vez siendo lo más importante, ambas palabras resultan ser grandes destellos que todos compartimos. Si algo tenemos en común es que todos podemos recordar y todos podemos soñar. 

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En el futuro y en la memoria podemos encontrar la posibilidad de la empatía y la compasión humana, con infinita curiosidad y la posibilidad de ponernos en la realidad del otro. Tejamos puentes que nos permitan unir estas dos palabras, dotarlas de nuestro rostro y darles el regalo del rostro ajeno. Tal vez para esas cosas, profundamente humanas, es que cobra sentido nuestra inteligencia.


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