/ Carlos Arturo Fernández U.
Quizá estamos habituados a mirar las obras de arte como objetos tradicionales que sobreviven del pasado gracias a los museos que hacen ingentes esfuerzos por conservarlas como testimonio del desarrollo de la cultura humana. Y, sin duda, en esa mirada hay aspectos que merecen toda nuestra atención.
“Interferencia 47” de Fernando Uhía (Bogotá, 1967), es una obra desconcertante. No parece encerrar más que la repetición de unos ritmos de color. Podría creerse que se trata de un capítulo más dentro de la historia del arte abstracto en Colombia, relacionable con tendencias internacionales. Sin embargo, en el contexto de lo contemporáneo, ocurre con frecuencia que “menos es más”, y que tras la más simple apariencia puede revelarse un profundo significado.
“Interferencia 47” es el nombre de una serie de pinturas realizadas en 2008. La que aquí nos ocupa, de la colección del Mamm, es un trabajo de esmaltes sobre madera, de 200 por 65 centímetros, que, como gran parte de su restante trabajo pictórico, Fernando Uhía realiza apoyando el soporte contra un muro y dejando que la pintura chorree libremente por la superficie de madera. Parece claro, sin embargo, que el proceso es más elaborado, al menos en este caso, porque los colores y formas se repiten de manera rigurosa y no al azar, generando un patrón bastante preciso que solo puede ser producto de la intervención cuidadosa del pintor. Adicionalmente, conviene saber que Fernando Uhía desarrolla sus series con base en programas definidos; por ejemplo, a partir del orden en el cual vayan apareciendo los colores de las camisetas de los futbolistas, porteros y árbitros en un campeonato visto por televisión, lo que determina una mezcla de azar y planeación en la cual lo único definitivo y cierto es la actividad del pintor.
Pero, ¿es posible avanzar algo más allá de esta mera descripción de la obra de Fernando Uhía? Y, sobre todo, ¿tiene sentido intentarlo? Algunos creen que no; y el mismo Uhía realizó una de sus obras a partir de frases de distintos críticos de arte para demostrar que se trata de afirmaciones esencialmente indemostrables porque la crítica convierte en discurso abstracto obras que están dirigidas a una experiencia visual. Por tanto, no se niega la posibilidad de entrar en una discusión acerca del sentido de la obra sino que, más bien, se discute la manera como el arte despliega sus lenguajes.
En el fondo, en el contexto contemporáneo nos encontramos frente a una forma nueva de entender la producción artística, distinta de épocas anteriores, sobre todo porque es una perspectiva absolutamente autoconsciente. Antes la obra de arte generaba sugerencias que, de una manera u otra, nos conducían al mundo interior del artista, sin que nunca pudiéramos agotarlo, entre otras cosas porque la obra misma era una especie de revisión íntima del propio creador. Por eso, cuando a un artista se le preguntaba por el sentido de una obra, respondía que era esta la que debía ser consultada porque ya era una realidad independiente de su creador.
Ahora es frecuente que el artista parta de ideas precisas que quiere comunicar con todas sus implicaciones, o de una visión general, de orden político, cultural, antropológico, etcétera, y que se dedique a desarrollar un lenguaje visual para lograrlo. En este sentido, estamos frente a un arte consciente del significado que quiere transmitir y riguroso en el desarrollo de los medios para lograrlo.
De todas maneras, es necesario reconocer que esta nueva manera de entender la creación artística exige del espectador un acercamiento también consciente y sistemático, que con frecuencia implica el conocimiento amplio del proceso poético de cada artista, para lograr captar las implicaciones de la obra que tiene ante sus ojos. Por eso, muchas obras, como esta de Fernando Uhía, son tan desconcertantes. (Y, claro, este texto no avanza nada en la superación de ese desconcierto).
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