Luego de ganarse el Nobel de Literatura y antes de hacer su entrada triunfal a la catedral de la salsa rosa –Hola– en brazos de la reina del famoseo, Isabel Preysler, Vargas Llosa había escrito el ensayo: “La Civilización del Espectáculo”, una dura crítica al periodismo de estos tiempos. (“Un instrumento de diversión que abre las puertas de la legitimidad al escándalo, la infidencia, el chisme, la violación de la privacidad… Hola y congéneres son los productos más genuinos de la civilización del espectáculo… Una prensa light que si no tiene a la mano informaciones de esta índole sobre las que dar cuenta, las fabrica”). O las magnifica, el culebrón de Shakira es muestra latente; tiene a la humanidad en ascuas.
Pero, como nunca digas nunca, el día menos pensado él solito –el escritor- se metió a la boca del lobo –Hola- para salir de ella, ocho años después, con la pasión otoñal exhausta y la credibilidad maltrecha. (Lean “Los Vientos”, un cuento suyo de hace dos años, en el que se evidencia, entrelíneas, que el encaprichamiento le estaba sabiendo a cacho).
Es por cuenta de esa prensa farandulera que el joven karateca ejecutado en Irán tras un juicio sumario o las atrocidades cometidas en la guerra de Ucrania o el hambre pandémico o las mafias de traficantes que permean el planeta o la recesión económica amenazante o las guerras por agua que se avecinan o los arsenales atómicos burbujeantes o la violencia contra mujeres que no saben ni de twingos, ni de ferraris, ni de rolex, ni de casios y que no facturan a voz en cuello; lloran en silencio mientras medio mundo, uh-uh-uh-oh-oh-oh, corea Session # 53, la tipificación de una venganza… Es por cuenta de tal prensa, decía, que temas como estos pierden vigencia frente a los que ponen a sonar las máquinas tragamonedas: las redes sociales que hoy día marcan la agenda de los medios.
Que cada quien maneje sus despechos y decepciones como quiera y pueda –no escogería el método Shakira, eso seguro, máxime con dos pequeños de por medio-, no es esa la pepa de la nuez. Isabel comercializa su imagen, vida y milagros, es lo que tiene. Shakira, su música, sus composiciones, sus movimientos de caderas – ¿recuerdan Sudáfrica, Waka Waka, un niño embelesado llamado Piqué? – y sus griticos. (Me fascinan, me fascina su trabajo).
ero…, equiparar la diatriba –no dudo de que sea merecida, lo extraño es que, tan inteligente como dicen que es, haya tardado doce años en darse cuenta del insufrible que tenía al lado- con un ejemplo de feminismo, es un exabrupto. ¿Cuántas mujeres se van a lucrar con esta canción?, ¿tomarán un avión para dejar al compañero atrás?, ¿le dirán al abusivo unas cuantas verdades sin riesgo de que las golpeen o las maten?, ¿lograrán conseguir ayuda?, ¿o se van a sentir representadas de cualquier modo por la cantante? Pocas, muy pocas.
ETCÉTERA: “Quiero abrazar a los millones de mujeres que se sublevan ante los que las hacen sentir insignificantes”, tuiteó una Shakira emocionada con su éxito mediático. Ay, querida, ¿y a las que no logran hacerlo, porque habitan la realidad real, lejos de posibilidades y/o reflectores? Oh-oh-oh-uh-uh-uh, tu exitosa canción es un potaje mercantilista de tusa, lucro y gotas amargas. Feminista cero; sorry, baby.