Una visita policial sin anunciar fue el comienzo de su historia, hace 30 años, en el barrio Manila. Una mañana, las autoridades tocaron la puerta: los vecinos no querían una tapicería en el barrio. Sin rabia, Félix Martínez siguió el instinto: calmado y con las palabras precisas, respondió con una tutela. La respuesta fue afirmativa por parte de la ley: el derecho al trabajo estuvo primero; la amistad de los vecinos vino después.
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Es viernes y unos rayos de sol entran por la ventana. Este tapicero, el más conocido en el barrio, nos recibe en la sala de esta casa – taller. Al fondo, se ve un lugar distinto: un salón con escalera de madera, tintas de colores, pedazos de tela y sillas que tendrán otra apariencia. Cuenta que empezó en “el oficio desde cero, en la escuela de la vida”. Dejó su casa en el corregimiento de San Pablo – muy cerca de Santa Rosa de Osos – para encontrar otras oportunidades, en Medellín. La recomendación de un amigo, y las ganas de aprender lo trajeron, sin regreso, al mundo de la tapicería.
“Todos necesitamos descanso y un poco de comodidad. Me alegra ayudar a las personas a qué los tengan”.
Al comienzo, viajaba desde Bello, Antioquia, para llegar hasta este lugar en el que ahora vive con Luz Dary, su esposa, y Santiago, el hijo que un día lo reemplazará en su oficio. Mientras sigue una costura, en la máquina, Santiago dice algo breve: “Me gusta este trabajo y no estar en pantallas todo el día”.
Félix ha visto crecer a este barrio de El Poblado y lo disfruta sin quejas ni excepciones: “Me gusta tener todo cerca: restaurantes, tiendas, negocios”.
Entre los momentos preferidos de su trabajo, menciona uno: “Ver a un cliente que sonríe o habla con un tono de voz más alto, por la emoción de ver sus muebles transformados. Todas las personas necesitan descanso para estar bien, y poder ayudarles con buen mueble para que lo tengan; me da alegría”.
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Dice disfrutar los encargos prolongados, es decir, aquellos trabajos en los que debe concentrarse y tener cuidado. Por ejemplo, terminar un “mueble facturado”, uno en el que debe unir los pedazos de cuero y darle forma con belleza.
Cree que se ha mantenido en el oficio gracias a la confianza que inspira, la claridad con la que habla y el cumplimiento de los tiempos. “Hace poco llegó un cliente y me dijo: tú no eres bueno, tú eres excelente”, esto me alegró el día, cuenta.
Sobre personas y muebles, prefiere lo local. Trabaja con dos hombres que también nacieron en San Felix: “Admiro la gente del pueblo, es trabajadora y comprometida”. Si se trata de muebles, prefiere los colombianos: “Las costuras son pulidas y la calidad suele ser buena”, explica.
Aún no sabe cuánto tiempo más estará aquí. Por ahora solo tiene claro que a los muebles y las tintas seguirá una casa en algún pueblo de mar, para “disfrutar el agua, el paisaje” y tener, de forma distinta, esa sensación de estar presente y tranquilo, que dan los tintes, telas y muebles.