La cerámica ocupa una de las salas del Palacio de Bellas Artes. Las piezas convocan con expresiones diversas y un tema común.
Hay un canto a la vida en aquellos que trabajan la cerámica. El contacto con la tierra les permite estar cerca de nuestros orígenes. No solo por el material en sí mismo sino por los ancestros que dejaron sus huellas en piezas que se han conservado con el paso de los siglos como un testimonio vivo de un relato sin punto final.
En Medellín el trabajo en cerámica se ha fortalecido. Incluso, algunos estudiantes de arte se están interesando por la técnica y proponen novedosas mixturas, muchos de ellos estimulados por maestros que han marcado caminos singulares, salidos de los moldes.
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Ahora en el Palacio de Bellas Artes, en La Playa con Córdoba, hay una exposición de 23 artistas que tiene como tema el agua. La historia de este grupo (hay integrantes que no están participando), constituido por maestros como Anita Rivas y Pablo Jaramillo, se inició en 2019, cuando la también maestra María José González Rendón convocó a ceramistas de Antioquia y de otras ciudades de Colombia, así como a algunos radicados en el exterior, para estimular su trabajo, realizar exposiciones, motivar al público, a coleccionistas y a compradores.
“Somos artistas, nos expresamos a través de la cerámica, que no es un arte menor”, dice María José cuando comienza a contar la experiencia en la que hay un mensaje claro: “El trabajo en cerámica debe ser visto como arte”.
Cada cerámica es única, en cada pieza está la esencia del artista. Quedan las huellas de sus manos, de sus dedos, de la fuerza interior que le imprime a la forma. “Unidos podemos hacernos más visibles, aprender unos de otros, observar nuestros procesos, dialogar y confrontarnos. Hacemos equipo con expresiones distintas”, dice María José, quien con mucha pasión lleva en el oficio más de cuarenta años y quien ha liderado varias exhibiciones itinerantes, como lo será esta y como lo fue la que estuvo dedicada al tazón, en 2019.
Ahora, cada uno presenta una obra, cada uno evidencia sus procesos de investigación, como en la propuesta de María José con sus azules vibrantes, construida por rollo y tallado. O en la de Juliana Vélez Echeverri, en la que corre el agua a través de un canal, símbolo de la existencia sin pausa. Desde 2008 ella está dedicada al trabajo en barro, que “es como una meditación”, dice, al tiempo que destaca que su maestro ha sido el artista Rodrigo Callejas.
Para la directora del Palacio de Bellas Artes, la Historiadora del Arte Sara Fernández Gómez, este tipo de exposiciones ponen en valor la cerámica. Señala que, en este momento, la discusión entre lo artístico, lo utilitario y lo decorativo ha pasado a un segundo plano. Ahora, explica, en la institución que dirige están depurando un proyecto para crear una Escuela de Artes y Oficios. No hay que olvidar que, en esta sede, la cerámica ocupó un lugar privilegiado, y esto lo recordó María José, quien ha insistido en que vuelva a hacer parte de la propuesta académica.
La cerámica, que se hace pieza escultórica en las manos de muchos maestros, está imantada por el lenguaje del artista. Cada una de las obras de esta exposición titulada Apología al agua, cumple una función estética. Obras modeladas a mano, con diversos acabados. Cada una cuenta una historia, no solo en el proceso creativo, también lo imprevisto habla, porque luego de la cocción en el horno, a veces hay sorpresas que dan nuevos sentidos. La cerámica es una técnica muy viva. El olor permanece en el barro, la textura se deja sentir.
Hay pasión, hay meditación, hay un canto a la vida en esta exposición abierta hasta el 24 de marzo, que será presentada en otras salas para que llegue a distintos públicos.