Desde hace años soy miembro de algunas juntas directivas, lo confieso. Pequeñas y medianas empresas, en general no muy complejas, aunque sus esmerados gerentes quizá opinarán lo contrario.
También soy miembro del Consejo de mi unidad residencial, cuyo manejo en ocasiones, lo prometo, puede volverse muy complejo.
En ninguna de mis juntas ha sucedido que todos renuncien en pleno y haya que traer otros de afán para empezar de cero. No, lo habitual es que en estas reuniones tengan asiento miembros experimentados, otros no tanto y otros recién llegados.
Aun así, es ideal que al interior de la junta -o del consejo de la unidad- se logre consolidar un grupo estable y sólido, que poco a poco entienda los pormenores del negocio.
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Que sepa cómo se compra, cómo se vende, cómo se compite y contra quién se compite en los mercados en que participamos. Que conozca en detalle las oportunidades y -sobre todo- los riesgos que acechan la estabilidad de la empresa. Y que, sin dejar de mirar lo micro, tenga la capacidad de aportar para definir y hacer cumplir una estrategia de futuro.
Un miembro de junta es un consejero confiable, un sabio de la tribu que debe, ojalá, saber más que el gerente de la empresa y su equipo sobre al menos un tema relevante para ella.
Por estos días, y en paracaídas, aterriza en EPM una junta enteramente nueva, cuyos miembros necesitarán un largo tiempo para entender la empresa y los múltiples negocios en que participa. No tienen experiencia propia con EPM, entonces casi todo lo que aprendan será porque así se los enseña la gerencia. Que, al igual que buena parte de su equipo, también está recién llegada a la empresa. Y al negocio.
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Esto, de por sí bien difícil en un período tranquilo, se vuelve peligroso en extremo en medio de las aguas turbulentas por las que navegamos. El aporte de los nuevos miembros, es entendible, será limitado y muy ceñido a lo que les alcanzaron a informar internamente en unos pocos y agitados días de inducción.
Con mayor razón si el alcalde, que por lo visto planea ejercer como dueño único de la empresa por cuatro años –ya sabemos, se nos harán larguísimos-, amenaza con simplemente reemplazar a su antojo íntimo y personal a quien no se alinee como corresponde.
Ahora, si resulta que la empresa es la más grande e importante proveedora de servicios públicos del país, y que está inmersa en la peor tormenta legal, reputacional y de riesgos de flujo de caja, y , por si fuera poco, que sus profesionales y directivos reclaman a diario la renuncia de su gerente… Houston, we have a problem. Caramba, ¡a really big problem!
En cualquiera de las empresas para las que contribuyo como consejero, decía, me ha tomado al menos un año estar navegando confiadamente para hacer aportes relevantes y que, así lo espero, agreguen valor para la empresa y sus dueños.
Pero en EPM, calculo yo, me tomaría unos cinco años. A “nuestros” nuevos consejeros -al fin y al cabo los dueños somos todos los medellinenses-, sin embargo, les dieron cinco días.
Señoras y señores de la nueva “baby-junta”, muy buena suerte. La van a necesitar.