En Envigado la Sociedad de San Vicente de Paúl es la entidad solidaria más antigua. Pero están desapareciendo sus líderes, y el relevo generacional no llega. También se agota la solidaridad ciudadana.
Es muy probable que usted se haya encontrado con doña Lucía o con doña Adela en el ascensor, en las zonas comunes o en la portería de la edificación más central y ostentosa de la muy encumbrada Ciudad Señorial. Seguramente sabe todo sobre ellas, porque son sus vecinas de muchos años. Pero ignora, flagrantemente, que de puertas para adentro capotean penurias y -para decirlo rápido y con dolor- aguantan hambre.
Le puede interesar: Tecnología de punta en una vieja edificación
Caso real, con nombres cambiados y ambientación ligeramente alterada: vivían de la ayuda de un sobrino que un mal día hipotecó el apartamento y -a poco andar- se arruinó. Ellas quedaron a la deriva y se convirtieron en pobres vergonzantes, personas que viven de apariencias y su orgullo les impide solicitar ayuda. Ni siquiera la larga y generosa mano tendida de la Sociedad de San Vicente de Paúl de Envigado las puede auxiliar, porque ignora el problema. Por lo general son los sacerdotes el puente para el ineludible acercamiento. Entonces la organización comprueba la situación y empieza la ayuda, a veces tan anónima que las mismas beneficiarias desconocen su procedencia.
En otros casos las familias necesitadas escriben a la Sociedad. Esta hace una visita de verificación y -si es del caso- les presta ayuda, que puede ser de tipo económico para suplir una dificultad pasajera, o para atender carencias alimentarias. En este caso las inscribe en un programa de bonos de mercado, en el que cada bono equivale a cuarenta mil pesos. La entidad otorga cuatro al mes, es decir ciento sesenta mil pesos. En la actualidad beneficia a más de 120 familias de Envigado: un desembolso que suma 19 millones 200 mil pesos mensuales. Unos diez supermercados concretan la ayuda que, sumada a la de vivienda, vestuario y a otros beneficios, equivale a la entrega diaria de un millón de pesos, centavo más, centavo menos.
Lea también: El sainete vuelve al barrio
Otro caso de pobreza “camuflada” fue el de doña Mariela, quien perdió su hogar cuando se supo que al marido le nació una hija extramatrimonial. La esposa quedó abandonada con dos niños y la casa embargada. Con mucho sigilo la alcanzó la mano tendida de los vicentinos, a pesar de su timidez y del horror al “qué dirán”: ni siquiera permitía que sus hermanas supieran que el fogón estaba siempre apagado y la nevera vacía. Fueron tres años de apoyo, hasta cuando doña Mariela saneó su casa y la vendió. Hoy uno de los niños es profesional.
Las narraciones son del tecnólogo en construcciones civiles Manuel Flórez Garcés, vicepresidente de la Sociedad (la presidió entre 2004 y 2010). Su exitosa gestión lo llevó a escalar posiciones, hasta la que constituye su máximo orgullo: haber representado a Colombia en un congreso internacional de la institución, e integrar, durante dos años, el Comité Ejecutivo Internacional.
Un techo, mil dificultades
La Sociedad de San Vicente nació en Francia en 1830; llegó a Colombia en 1857 y a Envigado en 1883, de manera que -fuera de las parroquias- es la institución más antigua de la ciudad.
En 1955 la señora Teresita Uribe Ochoa donó a la Sociedad un lote cercano al hospital Manuel Uribe Ángel. Allí edificaron 35 casitas, como de pesebre: piso en cemento, paredes en adobe a la vista, teja de barro sobre cañabrava, fogones de leña. Barrio humilde con flamante nombre: Pio XII, porque cuando nació, Su Santidad murió. Se alquilan a destechados a un promedio de 300 mil pesos. Inicialmente las prestaban para que vivieran señoras viudas, según la voluntad de la donante del terreno. Don Manuel dice que ya no hay viudas, sino mujeres separadas, abandonadas, y madres solteras. La Sociedad ha mejorado las viviendas: tumbaron los fogones y remodelaron las cocinas y los baños. Pero siguen siendo tan frágiles que les niegan el servicio de gas domiciliario.
Más sobre envigado: Madroño revivido en casaquinta restaurada
El señor Flórez explica que les ha tocado manejar problemas originados en la mentalidad de muchos beneficiarios, quienes asumen la ayuda “como si fuera una obligación permanente que tenemos con ellos”. De manera que el gesto solidario se convierte en un rosario de costosas demandas de lanzamiento para recuperar la vivienda casi en ruinas.
A su turno doña María Carolina Bedoya es la presidenta de la Sociedad en Envigado, y el alma del ropero. En una bodega reciben ropa usada: “La lavamos, planchamos, organizamos y la damos a la gente”, explica. Una parte la envían a algunos de los 76 municipios de Antioquia donde tienen sede. El resto lo venden al público a precios favorables. Precisa que “Envigado es solidario. La gente da mucha donación de ropa y cosas”. Agrega que un manejo juicioso de la entidad le ha permitido hacerse propietaria de bienes, como locales comerciales, con cuyo alquiler se sostiene, al igual que con títulos valores y otras rentas.
Entre las enseñanzas que deja un diálogo con esta benefactora, destacamos: “La ayuda debe entregarse con respeto”. “No me gusta el brillo, sí trabajar por debajito, sin aspavientos”. “Aquí vienen pobres vergonzantes que no quieren que nadie sepa que están pasando por eso”. “En Envigado la organización tapa la pobreza”. “Pobreza que yo he amasado en todas las formas posibles, porque nací con ese don: no puedo ver sufriendo a nadie”.
En este ejercicio de mano tendida al desfavorecido, es fundamental el componente espiritual, que don Manuel Flórez resume: “Los vicentinos copiamos el carisma de san Vicente de Paúl para vivir y trabajar. Compartimos el mensaje evangélico, porque se requiere integrar la acción con la oración, ya que el fin es buscar la salvación eterna mediante el ejercicio de la caridad. La visita que hacemos es para llegar al que está sufriendo, en nombre de Dios. Se trata de ver el rostro de Cristo en el pobre, compartir sus carencias”.
Solidaridad ausente
Envigado se precia de ser el segundo municipio colombiano con menos incidencia de pobreza, según los resultados de la Medición de Pobreza Multidimensional divulgado en 2020. Pero como decían nuestros antepasados arrieros, levantando la enjalma es que se ven las mataduras. Y doña Carolina, don Manuel y los cerca de ciento setenta vicentinos que trabajan por esta obra social en la ciudad, saben de pobrezas extremas, de necesidades sin cuento. Un tópico que pasa desapercibido: los niveles de hacinamiento en algunos hogares. Don Manuel: “Uno encuentra dos o tres familias viviendo en una estrecha casa: dos viejos, la hija a quien abandonó el marido, con niños, el hijo que se trajo a su amiga…”
Coinciden estos líderes en su preocupación por que no hay relevo generacional en el equipo de trabajo. También, en denunciar que hubo una época cuando el gobierno era generoso, ayudaba mucho, pero en la actualidad se ha convertido en “el principal enemigo”. Un ejemplo: la Sociedad es propietaria de la edificación donde funciona la Institución Educativa (IE) San Vicente, cedida a la alcaldía en comodato, y por la cual pagó el año pasado unos treinta millones de pesos. Pero recibió factura de impuesto predial por treinta y seis millones… pregunta don Manuel: “¿Qué estamos haciendo?” De allí la iniciativa de venderle la IE al municipio, y con esos recursos ampliar el servicio de techo para los más necesitados.
Recuerda que antes las donaciones gozaban de exoneración de impuestos. Eso se acabó, de manera que las grandes industrias, que mucho ayudaban, ahora “se manejan mal; hoy nadie da porque no representa alivio tributario”. No quiere hacer cuentas de cuánto le ahorra la Sociedad al municipio y a las parroquias, ni hablar del tamaño de la bomba social que desactivan día a día.
BONOS SOLIDARIOS
El exagerado aumento del costo de vida en lo que va del año obliga a los beneficiarios de los bonos de mercado a privarse de parte de los productos básicos. La Sociedad de San Vicente de Paúl analiza cómo incrementar su valor actual, que es de cuarenta mil pesos.