Varias alarmas se han encendido en Envigado para indicar que, ahora sí, ¡llegó diciembre! Describimos las dos más llamativas.
Todo el año 2013 lo dedicó don Alfredo Fernández Montoya a la construcción del “Templo de Jerusalén”, una edificación de 40 cm de altura, 80 de ancha y 160 de larga, maqueta que ya se quisiera el más avezado estudiante de arquitectura. En una magistral sinfonía de gubias, serruchos, sierras, caladoras, taladros, bisturíes, pinzas, este jubilado de Coltejer sacó de entre trozos de madera triplex, yeso, colbón, aserrín y otros materiales, la réplica de dicho templo, predominante en un pesebre que, ya en la versión de 2019 ocupaba 27 metros cuadrados.
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Tan desarrollado Belén en la imaginación del señor Fernández, que llegó a necesitar garaje, sala y comedor de su casa en el barrio El Trianón, en Envigado, para armarlo en cada diciembre, como desde hace diecisiete nochebuenas. Pero no es sólo poner las construcciones, escenas y figuras ahí, y abrir la puerta para que lleguen vecinos, curiosos y visitantes de “lejanos reinos”: es detenerse a explicar, cual hábil guía, que el templo se dividía en dos, y que a la parte trasera solo entraban los sacerdotes; que no podían ingresar las mujeres. “Me demoré un año tallándolo todo, porque se talla por dentro y por fuera; casi me le quito al Templo”.
A esta minuciosa reconstrucción se suman muchas piezas fundamentales para los pesebristas: la fortaleza romana, las casas de María y de Herodes, el portal de Belén, pozos, puentes, plazuelas, palmeras, árboles… “La sinagoga también es creación mía… era donde se leía la Palabra. Yo soy muy estudioso de la Biblia, y en ella se explica que a la sinagoga no entrababan las mujeres, por eso les hice banquitas afuera, y ahí las siento. Los hombres están adentro; puse a uno haciendo reverencias y a otro desenrollando un papiro”, explica.
Arte subvalorado
Pero la creación más excelsa es sin duda la réplica en pequeña escala de pesebres bíblicos, pensados para apartamentos de cicateros metros cuadrados. Sobre un tajo de palo de 40 x 40 cm instala un delicado portal, más arbolito, palmera, musgo, fogón, pastores, camino a Belén, aldeanos, y la infaltable familia bíblica, más mula y buey. Don Alfredo cuenta que, además del exigente y meticuloso trabajo, le invertía unos 180 mil pesos en materiales a cada obra, y cuando lo ofrecía a 250 mil, al potencial comprador “se le iban las luces”, cicatero también. “¡Dejé de hacerlos!” truena.
“Me demoré un año tallándolo todo, por dentro y por fuera; casi me le quito al Templo”
ALFREDO FERNÁNDEZ
Este pesebrista de manos mágicas no es arquitecto, ni ingeniero, ni maestro de obra: fue encargado de servicios técnicos en Coltejer. Después de jubilado asistió a un curso sobre el tema por equivocación, en reemplazo de su esposa Ligia Lopera, que sí se había inscrito. Y ahí descubrió el talento que lo poseía. A ello contribuyó la veneración por los pesebres, esa sí identificada desde su niñez, en el municipio de Amagá, cuando acompañaba al cura a los más lejanos montes para recoger el musgo, porque diciembre se les venía encima. Así que empezó ayudando a hacerlos en el pueblo y terminó en el templo San Ignacio de Antioquia, de El Trianón, de amanecida, armando últimas cenas, sepulcros, monumentos, pasos de procesiones…
Detrás de cámaras
Pero volvamos a la minucia de sus creaciones, para develar los trucos, o el detrás de cámaras, como dicen ahora:
Con cáscara de pino pátula se hace el techo del portal. Las brasas de la herrería, que se avivan con el fuelle, son vidrios de parabrisas con un foco rojo en la base, que crea los destellos. El papel, suficientemente corrugado y debidamente engominado y pintado, forma rocas antediluvianas. Un telón de fondo proyecta paisajes al infinito. Diminutos bombillos led, camuflados, son teas incendiarias. De una cinta de enmascarar, debidamente tratada, brota una palmera. Los secretos develados son cortesía de otra consagrada pesebrista, la señora Rosalba Torres Álvarez.
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Pero es preciso poner lupa en la filigrana del artífice Fernández. Ejemplo: en una casa romana se puede ver la cama con tendido de crochet, repisas, rueca, telar y hasta un baúl. En el mercado, entre otros, bulticos disímiles, una jaula para gallinas, ánforas y otros chécheres arrumados en una carreta de usanza romana. No aparecen instalaciones eléctricas, pero la telaraña se extiende por el subsuelo de ese Belén concentrado, que acoge las sutilezas y los detalles ineludibles para un observador nato, para un creador recursivo y de desbordada imaginación. Entonces, casas con arcos de medio punto, terrazas, escalas, columnitas, puentes… y hasta cocinas pasadas por humo.
Porque hay movimiento, o mejor, puesta en escena: un panadero que mete y saca panes a un recalentado horno, un alfarero que moldea la tinaja, un herrero que calza caballos, campesinos en un viñedo entregados a las espirituosas faenas del lagar, un molino de viento cuyas aspas giran gracias al motor de un horno microondas. Toda, invención no patentada del señor Fernández.
Después de diciembre, ¿dónde guardar esta abigarrada ciudadela de 27 metros cuadrados? “Las imágenes y las casas las acomodo como pan exhibido, solo yo me encargo de guardarlas, bien protegidas del polvo. Que nadie las toque”. Una habitación abarrotada hasta el techo guarda el tesoro de cada navidad, incluidas unas 600 figuras. “Tengo un baúl lleno de ellas, le he metido millones a esto”, advierte.
“Viaje al centro de la navidad”
De este microcosmos encantado saltamos a las grandes decoraciones de las avenidas y parques de Envigado, en las que ya están trabajando treinta mujeres y quince hombres, en inadvertida labor. Empezaron a tejer los aparatosos ornamentos de tela, manguera de luces led, alambre duplex y soportes de hierro, desde el pasado mes de junio.
“Viaje al centro de la navidad” será el tema de la decoración navideña de las calles y parques de Envigado.
Entre estas abejas en panal todavía oscuro, está la señora Laura Marcela Cruz, quien ya suma doce años en dicha brega. Del laborioso trajín de rodear cada figura con una manguera luminosa, y fijarla cada diez centímetros con pequeñas correas plásticas, depende su hogar. Hogar de cuatro hijos de 11 a 22 años de madre soltera que paga arrendamiento en el barrio El Salado y se rebusca, cuando no hay preparativos navideños, trabajando en casas de familia.
Dice que cuando ve a la gente admirando su trabajo, en abarrotados espacios públicos, “se me eriza la piel; me da mucha alegría, porque es un trabajo que amo mucho”. Y se suelta a alabar las bondades de este empleo que le permite mantener su hogar a flote, y a ponderar la calidad humana de su jefe y compañeros. Explica que antes tejían con papel, pero se maltrataban las manos. “Ahora con la tela decorativa se ve más bonita la estructura y es más fácil manejarla”.
Esta tejedora de alegrías e ilusiones navideñas por igual se ocupa de darle forma a pastorcitos, animalitos, bolas de colores, campanas, estrellas y hasta gallinas, con sus 44 compañeros. Estos elementos hacen parte de los vistosos pasacalles cargados de luz que atraviesan las vías de Envigado, y los arreglos volumétricos, dispersos por parques y demás espacios.
Estas humildes tejedoras, al igual que don Alfredo Fernández con su familia, esperan confiadas que este año la pandemia les deje ver las calles con techo profusamente iluminado, y armar de nuevo el tradicional macro pesebre. Para su ámbito privado, el consagrado pesebrista conserva uno de notables dimensiones, con más de cien años de antigüedad: “figuras tradicionales, de yeso”, se ufana. En el primer nivel de su residencia habita San José; en el segundo, la Virgen María; El Niño permanece escondido, atento al sempiterno ruego de sonoridades infantiles: “Ven, no tardes tanto”.