No hay algo como el Arte con mayúscula, que podamos definir como una realidad en sí misma; tenemos artistas, que crean obras. No hay definiciones, como no es posible una del amor.
La magnífica entrevista a Fernando Botero, publicada por El Colombiano del domingo 4 de noviembre, bajo el título “Botero. El placer infinito de pintar”, se abre a quemarropa, con una pregunta directa: “¿Qué es y qué no es el arte?”. El artista responde también de manera directa, con la precisión de un verdadero sabio: “El arte es todo lo que no es funcional”.
Y uno podría pensar con satisfacción que, finalmente, alguien ha sido capaz de dar una respuesta sencilla y clara. Sin embargo, de inmediato Fernando Botero matiza su definición: “(…) esto es arte, aunque no todo tiene que serlo”.
En otras palabras, desde el comienzo el asunto pierde toda posibilidad de sencillez, entre otras cosas porque no se trata de una pregunta simple ni mucho menos de una respuesta que pueda ser sencilla, si se piensa que ese es el problema central o, mejor, el único problema real al cual se han enfrentado todas las personas que han reflexionado sobre el arte a lo largo de la historia. Y Botero comprende que el problema es de tal complejidad que raya en los límites mismos del arte que se convierte en puro pensamiento: “(…) esto también puede ser arte, la reflexión permanente sobre la calidad”. Sencillamente asombroso.
Quizá debería descartarse la pregunta de “qué es el arte” si nos remitimos a E. H. Gombrich, el más famoso historiador del arte del siglo XX, autor de La historia del arte, en su género, el más vendido de todos los tiempos, que se abre con una afirmación intrigante: “No existe el Arte, realmente. Tan solo los artistas”. O, si se quiere, no hay algo como el Arte con mayúscula, que podamos definir como una realidad en sí misma; lo que tenemos son personas, los artistas, que crean obras. No hay definiciones, como no es posible una del amor, de la filosofía o de la creación; quizá tampoco de la vida o, al menos, del sentido de la existencia.
Y, de entrada, ello implica una multiplicidad de miradas, de procesos, de intenciones, de formas de trabajar, de técnicas, de respeto o de rechazo hacia esas técnicas y formas de trabajar, hacia la enseñanza académica o hacia la exaltación de la originalidad y la creatividad. La pregunta no es ontológica; no se refiere al ser del arte como una realidad trascendental, quizá identificable con la belleza y la perfección técnica, a la que un hombre aspire, sino que es histórica: porque lo que era arte en el Renacimiento italiano o en el mundo colonial hispanoamericano es muy distinto de lo que es arte en la Colombia de 1900 y muy distinto de lo que es aquí mismo en 1930 o en 2018.
La pregunta subsiste de otra manera: ¿qué es lo que hace que una determinada producción humana sea una obra de arte?
En el siglo XVIII, el filósofo Emmanuel Kant se planteó estas mismas preguntas. Y se atrevió a responder que la obra de arte es aquella que no se dirige a satisfacer nuestros sentidos sino a hacernos reflexionar. Como lo piensa Fernando Botero frente al problema del arte.
Kant es mucho más que un viejo filósofo que resulta difícil de entender. En realidad, si bien se mira, puede ayudarnos a comprender por qué es, al mismo tiempo, tan complejo y tan simple orientarnos por los laberintos del arte de todos los tiempos pero, sobre todo, del que nos ha tocado vivir.