Una vaina puede ser muchas cosas: una cáscara que guarda semillas de plantas; una envoltura alargada que protege órganos; un dobladillo que refuerza la orilla de las velas; una habichuela; una contrariedad; un objeto o asunto cuyo nombre se desconoce o se ha olvidado; una muletilla para guardar secretos entre camaradas; una funda ajustada para armas blancas y corto punzantes…
En Colombia, el país donde la “vaina” reina, según el académico de la Lengua, Juan Gossaín: “Puede significar cualquier cosa, pero también su contraria, buena o mala, sabrosa o insípida, agradable o aburrida, el sol o la luna, la noche y el día, el verano o el invierno; una mujer fea es una vaina, pero una bonita también lo es. Los lugares, los hechos, las personas, los animales o los sentimientos: todo eso es una vaina para el colombiano”.
Para muestra, la posesión presidencial el pasado 7 de agosto. Con vainazo de Petro a Duque incluido, cuando recién terciada la tricolor mandó traer a la invitada de la discordia: la espada de Bolívar. Tras media hora tensa, suspiro de alivio, se llenó el espacio vacío y la función pudo continuar. Por eso, y por mucho más, el saludo entre las primeras familias entrante y saliente fue de hielo. Sólo de verlo en la tele, el frío calaba los huesos. (Me agripé con esa vaina).
Capricho del uno o del otro, al final la tal espada, de la cual nadie puede asegurar que sí haya sido la del Libertador –de vainas falsas estamos llenos-, encontró su lugar en el mundo. (Por ahora). Después de haber deambulado insepulta –como el cadáver de Evita durante años-, desde que el M-19 la robara de la Quinta de San Pedro Alejandrino, en 1974, reposa hoy, envainada en una urna de cristal, en el vestíbulo de la Casa de Nariño. ¿A la espera de un beso del príncipe? Oh, oh. Mejor dormidita, habrá que vivir para contarlo. En todo caso, se robó el show la vaina. (Y junto con el vestido de Francia, el bailoteo de la señora Alcocer y el plantón de Felipe VI al paso del cortejo, alcanzó titulares en la prensa internacional).
La Simona, se debería llamar. Así, con nombre propio, quedaría a la altura de las más célebres del mundo: la Zulfiqar, regalo de Mahoma a su yerno Alí; la Colada y la Tizona, las del Cid Campeador; la Joyeuse, de Carlomagno… No nos podemos quedar atrás, en nuestro desesperado ascenso, cualquier hito que nos entronice en el top ten de lo que sea, nos chifla a los colombianos. ¡La-Si-mo-naaa!!! (Qué nombres, qué patria, diría Belisario).
Claro que ya puestos, Excalibur es la nuestra. Porque si de simbolismos se trata, al lado de la leyenda que Gustavo Petro quiere comenzar a construir en Colombia, la del Rey Arturo en Camelot, quedará reducida a una anécdota. Hasta nuevos caballeros de la Tabla Redonda se darán silvestres en el platanal: Lancelotes (traidores), Bediveres (leales), Merlines (magos)… ¿Será alguno capaz de enfrentar el reto de la espada en la piedra? Pregúntenle a Roy que está en el ambiente, conoce a la gente y sabe hacer plan…
ETCÉTERA: Mientras, en la prosaica realidad, “qué piedra con esas vainas”, es lo que deben estar pensando este empresario, ese uniformado, aquel contribuyente, el pensionado de allá, la bancada de atrás, el tendero del barrio, los nadies de los Nadies… Ah vaina.