No son pocas las ocasiones en la que tengo la fortuna de interactuar con emprendedores en diferentes sectores de la economía, y lo que me llama potentemente la atención es que, en todos los casos, existe una gran pregunta: ¿Qué tan importante es la implementación de una cultura como parte de la estrategia en el proceso del emprendimiento?
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Me llama la atención porque es refrescante ver como cada vez más emprendedores y empresarios se están concientizando acerca de la trascendental decisión de hacer de la cultura el ente rector y eje central de la estrategia de la empresa.
En el caso de los emprendimientos que se encuentran en sus etapas de inicio, incluir la definición y ejecución de su cultura es una jugada inteligente y de gran impacto estratégico, que permite generar una mejor tracción de su proyecto y, de paso, crear el ADN de su organización a futuro; facilitando así un sólido plan de vuelo para enfrentar los retos del crecimiento y expansión de su empresa.
Si lo pensamos bien, podemos concluir, desde los hechos y la experiencia, que un modelo de emprendimiento basado en una buena idea de negocio, con evidente posibilidad de impacto, nos permitirá superar el gran reto de pasar de un emprendimiento a una empresa en funcionamiento, debido a que genera un beneficio demostrable y soluciona un problema existente, que, a su vez, es manejado con disciplina y eficiencia, atrayendo los fondos necesarios para una operación exitosa. Ahora bien, esto solo nos garantiza una sostenibilidad que en muchos casos llena las expectativas de inversionistas y socios fundadores.
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Sin embargo, imaginen esa misma empresa, liderada y operada por integrantes, no empleados, enfrentando sus retos desde sus fortalezas y un comportamiento colectivo basado en lograr que su empresa sea una de mayor relevancia en el mercado, no solo por lo que hacen y venden sino también por tener una cultura que conecta con los propósitos de sus clientes y genera una confianza profunda con un mercado en el que los clientes estarán cada vez más dispuestos a hacer negocios y los inversionistas listos para aceptar y proponer la movilización de fondos para llevar la empresa de un crecimiento lineal a uno exponencial.
En conclusión, podemos decir que la idea de negocios es el vehículo, que la ejecución es el motor de su movimiento y que la cultura es ese combustible que moviliza y convierte ese motor en una turbina que llevará el vehículo a su punto más potente y eficiente.
Invito, entonces, a todos los emprendedores que quieren llegar muy lejos con sus proyectos a que incluyan como ente rector de sus negocios una cultura potente que los identifique, distinga, diferencie y se convierta en su marca, esa que los distinguirá de la manada.