Uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia de Occidente se produjo, en realidad, al margen de la historia. En el terreno de la mitología griega.
Es el momento en el cual el joven dios Zeus, salvado por el amor y el dolor de su madre de la furia obsesiva de su padre Cronos, o quizá mejor de la debilidad que en Cronos produce la conciencia de la traición y del pecado cometido por él contra su propio padre, se levanta contra este y contra todas las anteriores generaciones divinas. Antes de que su madre pudiera ocultar y salvar a Zeus, Cronos (el tiempo) devoraba a sus hijos apenas nacidos para evitar que, una vez hechos mayores, pudieran atacarlo como le había anunciado su padre, Uranos, a quien Cronos castró y destronó.
Edipo y la Esfinge. Gustave Moreau (1864) Museo Metropolitano Nueva York |
Como ocurre siempre en los relatos de la mitología, hay versiones distintas en las cuales los actores de estas luchas cambian de posición o de estrategia. De todas maneras, quizá lo más impactante es que, frente al antiguo universo de dioses incomprensibles y espantosos, Zeus y sus hermanos aparecen casi como vecinos felices, bellos y potentes, con quienes quisiéramos encontrarnos.
Aquellas guerras de los dioses olímpicos contra los titanes y contra los gigantes, que los griegos amaban representar en todos sus templos, de manera obsesiva como si fuera necesario que las personas más sencillas y corrientes no las olvidáramos, más importantes que la guerra de Troya o la que sostuvieron todas las ciudades helénicas contra los persas, es uno de los momentos fundamentales en la vida de cada uno de nosotros.
Y es fundamental, aunque sea un mito que no sigue esquemas temporales humanos y que ni siquiera pertenece a nuestro ámbito geográfico, sino que es un mito “extranjero”, en todo caso. Pero es, realmente, una expresión de lo que somos.
Porque lo fundamental aquí no es lo que ocurre en esas batallas fantásticas sino las causas y el resultado de la guerra, sin que pueda olvidarse ninguno de los dos aspectos.
Por una parte, porque esta es una guerra contra el absurdo de que el tiempo nos mate irremediablemente: aunque seamos productos suyos, Cronos devora a sus hijos, nos destruye, como aparece en la terrible pintura de Goya; por eso, la guerra de los olímpicos contra los titanes y los gigantes es la lucha por la vida y la obsesión por la permanencia. Pero, además, la guerra se produce, no tanto por los temores de Cronos y por las aspiraciones de poder de Zeus, sino porque todas las acciones, humanas y divinas, tienen consecuencias: siempre hay que pagar las culpas, por insignificantes e intrascendentes que parezcan.
Y, por otra parte, porque el resultado de la guerra es el triunfo del ideal humano: belleza, perfección, poder, equilibrio, permanencia; lo que son los dioses; aunque para nosotros, pobres mortales, todo permanezca en el plano de la aspiración. Pero, al fin de cuentas, triunfo de lo que creemos o queremos ser…
Zeus contra los gigantes. Altar de Pérgamo Museo de Berlín
Hasta que, querámoslo o no, la realidad nos muestra que ese ideal es solo una ilusión y que la vida, quizá, nos lleva por caminos que pueden ser totalmente contradictorios. Y, cuando creíamos encontrarnos en un mundo feliz y perfecto, nos chocamos con las fuerzas del destino.
Es terrible.
Con Edipo se repite la historia: la inteligencia humana del héroe desentraña el enigma de la esfinge y, como consecuencia, la bestia muere.
Edipo siempre podrá repetirse, con toda la seguridad del mundo, que hizo lo humanamente posible por actuar de la manera más ética y sincera: abandonó a quienes creía que eran su verdadera familia para no correr el riesgo de hacerles mal y, sin querer, acabó destruyendo a sus padres biológicos y cometiendo los crímenes más abominables, sin que su buena fe o su real saber y entender tuvieran ninguna importancia.
Ante Edipo que, tras la muerte de su madre y esposa Yocasta, se presenta dolorosamente ciego ante los ciudadanos de Tebas, cabe siempre la pregunta de si valía la pena que los humanos intentaran derrotar al destino incomprensible e incontrolable. O, lo que es lo mismo, si tenía algún sentido que los dioses olímpicos hubieran derrotado a los monstruos inmortales de las generaciones nacidas del caos, ente la tierra y el cielo.
Es esta la tragedia del hombre pero es, al mismo tiempo, el contexto de nuestra existencia. Por eso, desde Grecia, el ser humano es el centro de las preocupaciones humanas. La guerra contra el mito nos permitió entender que, ante todo, somos humanos y que esta conciencia es el punto de partida del sentido de todas nuestras creaciones: el arte, la literatura, la ciencia y la filosofía.
De alguna manera, en ese momento mitológico comienza nuestra verdadera historia y, por supuesto, también la historia del arte.
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