Disminuir la velocidad o andar sin prisa es un lujo que ya muy pocos nos damos, pero que puede tener repercusiones positivas en nuestro estilo de vida. Es brindarnos momentos memorables.
En nuestro programa Rescatar tradición, desde casa, en el cual trabajamos con esas personas que nos ayudan con los quehaceres domésticos y revivimos sabores y saberes de Colombia, nos hemos topado varias veces con el sancocho.
Es en gran medida un hilo conductor, tiene tantos sabores como etnias que habitan las regiones latinoamericanas y siempre cuenta con un elemento sazonador muy escaso en nuestros tiempos: el sancocho es sin prisa.
Existen movimientos globales como el slow food, fundamentados en el andar sin prisa como narrativa para promover el consumo local, salvaguardar alimentos en vía de desaparición y otras tantas temáticas importantes. También están los proponentes de la alimentación intuitiva, que invitan a repensar la relación que tenemos con el alimento, dejando de un lado las dietas y las restricciones, para crear otra mirada que parte del aprender a escuchar a tu propio cuerpo, para alimentarte sin prisa y mejor.
Mucho se habla de la importancia de disminuir la velocidad o andar sin prisa, un lujo que ya muy pocos nos damos, pero que puede tener repercusiones positivas en nuestro estilo de vida. Es balancear un poco el afán con el que nos mantenemos y brindarnos momentos memorables.
¿Cómo hacer para tener momentos sin prisa? Todos tenemos la capacidad para diseñar experiencias de ese tipo, basta con proponernos y agendar un bloque de tiempo en nuestra semana para hacer una actividad que nos guste, sin prisa. Esto no significa sacar todo un día, tampoco no hacer las cosas; significa disminuir la velocidad a la que vamos, para disfrutar el momento y, literal, ver el tiempo pasar ante nuestros ojos sin culpas.
Alimentarnos brinda buenas oportunidades para diseñar momentos sin prisa, por ejemplo, el desayuno. Damos inicio a nuestra experiencia de levantarnos y prepararnos para el día, pero es un ratico donde exprimimos el tiempo a lo máximo y vamos siempre de afán, ya sea porque queremos dormir un poco más o porque vamos tarde.
Solo basta con despertarnos unos minutos antes de lo normal, para poder hacer algo que, aunque parezca simple es transformador: tomarse el tiempo de escoger los alimentos que deseamos preparar, darnos el espacio para consumirlos conscientemente y disfrutar. No solo vamos a establecer una mejor relación con lo que comemos, sino que también implantará mejores patrones alimenticios y nos dará claridad mental para continuar con las actividades del día.
El sancocho es un ritual de nuestras tradiciones culinarias que nos demuestra, a través del gusto, a lo que sabe andar sin prisa: ¿Quién no ha comido un sancocho hecho en leña, ese que llama a la gente a participar, el que tiene un sabor exquisito y no tan fácil de replicar? Como dice Germán Patiño Ossa en el libro Fogón de negros, de La Biblioteca Básica de las Cocinas tradicionales de Colombia: “El sancocho es, a la vez, plato que simboliza la diversidad y la cotidianidad. Revuelto de alimentos que se cuecen a fuego lento”.