Inspirar

Es fácil encontrar en las calles palabras de desesperanza.
El reto está en despertar suspiros profundos capaces de inspirar.

Terminé mis años de ejercicio periodístico en medios de comunicación en el trabajo más hermoso que pude tener mientras ejercí este oficio: dirigiendo la Escuela de Periodismo Multimedia de El Tiempo. Cada seis meses un grupo de jóvenes entusiastas, de diferentes profesiones, llegaban hasta la redacción llenos de esperanza, con ganas de comerse el mundo y era mi responsabilidad mantenerlos en ese estado mental. Nunca me dijeron que hacía parte de mis funciones, pero, sostener sus ganas de vivir fue uno de mis más grandes propósitos.

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Para inaugurar la última cohorte que elegí y dirigí, invité a un famoso y prestigioso periodista de este país, cuyo nombre no diré por respeto, a hablar del reto de las Fake News y de la importaancia del periodismo para una sociedad. Mi colega atendió la cita. Con exalumnos de la Escuela que ya estaban enganchados profesionalmente con la Casa Editorial preparamos una transmisión en vivo y la fiesta comenzó. Pero, con el mismo ímpetu que empezó a rodar la conversación también emergió de las profundidades la desesperanza. El periodista, además de reprocharles el periódico que habían elegido para comenzar su vida profesional, dijo cosas como “estudiar periodismo no vale la pena” y “en esta profesión ustedes nunca van a ser ricos”. En el salón no solo había periodistas; muchos jóvenes quieren serlo, así que lo escuchaban politólogos, antropólogos y abogados. Todos, sin excepción, miraron ese día a la cara a la señora desilusión.

Por mi parte, terminé la presentación con la última pizca de decencia e hipocresía que me quedaba. Le agradecí entre dientes al colega y me fui al baño a llorar. Esos son los momentos donde me gustaría románticamente encender un cigarrillo, pero, no me gusta el humo. Ese día, comprendí que el camino de la ira, la desilusión y la desesperanza es mucho más fácil de recorrer que el de la inspiración.

Inspirar es una palabra hermosa, quiere decir “tomar aire hacia adentro de los pulmones para causar o sugerir una idea”. Y aún con semejante belleza no nos permitimos celebrarla. No quiero pensar como aquellos positivistas tóxicos que creen que todo el mundo es luz y que la oscuridad no existe; pero, quiero insistir en la necesidad de inspirar no solo con palabras, también con acciones, un poco de coherencia, vulnerabilidad y, sobre todo, con hechos.

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¿Por qué nos cuesta tanto? Hemos corrompido el espíritu crítico, dotando la inteligencia de una irreverencia que muchas veces no es cuestionada, que solo habla duro e irrespeta al otro. Hemos sobrevalorado aquel que siempre piensa mal, porque “si piensas mal aceptarás”, y nos han enseñado que es mejor prepararse para el peor escenario. Podría incluso decirse que la hermana mayor de la ausencia de inspiración se llama desconfianza. La tan perversa hermana mayor de la que mal nos enseñaron los cuentos de hadas.
En días donde la desesperanza y la desilusión parecieran ganar la batalla en las críticas -por cierto, a veces desmedidas – que nos hacemos como compañeros de trabajo, en los corrillos que buscan dañar al otro, en los salones de clase, en las consultorías – ¿conocen alguna que diga algo bueno e inspirador? -, en la política y en hasta en la tienda de barrio, la inspiración debería emerger como un derecho, como una obligación.

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