/ Juan Sebastián Restrepo
No obstante, si a la actitud de la mayoría de nosotros frente al tiempo le correspondiera resumirse en una frase críptica, tal vez rezaría así: el ayer es un fantasma que nos persigue, el mañana, una obsesión fantasiosa tamizada de expectativas y miedos –construida sobre la base del fantasma del pasado que nos persigue – y el hoy un desecho residual, desatendido, abandonado y marginal.
Pero esa actitud frente al tiempo equivale a un suicidio si tenemos en cuenta que el pasado ya no existe y el futuro todavía no existe. Eso nos deja con una premisa clara: lo único que existe es el presente. El pasado es solo un recuerdo presente. El futuro es solo una fantasía presente. Por eso quien vive crucificado entre el pasado y el futuro, lo que hace es vivir su presente abstraído en recuerdos y fantasías. Y eso es distracción.
Podríamos decirlo de otra manera: el ser solo es ahora, en el ayer fue y en el futuro será. Por lo tanto poner demasiado peso en el pasado y el futuro es una forma de no ser. Por eso el maestro Fernando González ponía tanto énfasis en el gerundio, porque entendía que el conocimiento del ser es la presencia, y que esta solo se logra rindiéndose al eterno presente.
Pero no solo nuestro presente es pobre porque el pasado es un fantasma. Sino que nuestro pasado es un fantasma porque nuestro presente es pobre. La lógica de un pasado que persigue, es que cuando fue un presente, no se vivió plenamente. Las palabras no dichas, los amores sin entrega, las despedidas omitidas, las decisiones evadidas, las tareas esenciales pospuestas, las heridas no atendidas, convierten el pasado en fantasma.
Creer en paraísos perdidos, o idolatrar retrospectivamente momentos gloriosos, implica desconocer la condición básica de nuestra existencia: somos peregrinos. La lección está en cada presente que nos toca, con sus altos y sus bajos, sus luces y sus sombras, sus oasis y sus cuitas. El momento más importante de la vida solo es uno: el ahora. Cada presente es un final y un inicio, una cátedra completa e impecable.
Por otro lado está el peligroso futuro. Ese espacio virtual donde convergen esperanzas y miedos, ese 1 de enero del próximo año donde empezaremos a vivir, ese tiempo en que volveremos a tener en consideración lo esencial, donde podremos mirar y oír y abrazar a los que queremos, donde nos dejaremos de tonterías y encontraremos las condiciones perfectas para vivir la vida que anhelamos. Está bien que el futuro sea una perspectiva, pero nunca una fantasía que suplanta la realidad del presente, ni un burladero que valida nuestra estúpida procrastinación de lo esencial. Además, la mejor garantía de un futuro promisorio, es un presente vivido plenamente.
Observe con cuidado y verá el efecto concreto del tiempo en la experiencia de las personas: a los que viven encallados en el pasado los mata la melancolía, a aquellos que tienen su casa en el futuro los consume la ansiedad. Pero el sello de esos pocos que viven el presente es la plenitud.
Hay un dicho budista que dice que el buda solo se ilumina ahora. No se engañe: la felicidad es ahora o nunca, la libertad es ahora o nunca, el compromiso total es ahora o nunca, el amor es ahora o nunca. Como decían los sufis: “Cuándo sino ahora, dónde sino aquí, quién sino tú”.
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