El paraíso perdido de Óscar Villalobos

En la mayor parte de esta serie de Óscar Villalobos las fichas de tetris, con su férrea estructura geométrica, ocultan imágenes de vegetación que parecen luchar para escapar a través de los espacios todavía libres de la superficie.

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Es un lugar común la afirmación de que la obra de arte está relacionada con las experiencias vitales del artista. Sin embargo, no es frecuente encontrar una convicción tan clara como la del pintor Óscar Villalobos quien, en realidad, ha estructurado todo el desarrollo de su poética a partir de la reflexión de lo que le significan los múltiples cambios de territorio que han marcado su vida.

Óscar Villalobos es hijo de padres originarios del Tolima y de Boyacá que desde su primera juventud, huyendo de la violencia endémica del país, se fueron a vivir en la selva del Guaviare que era entonces un territorio virgen y paradisíaco, con una escasa población. El artista nació  en Ibagué, en 1987, pero apenas la madre fue dada de alta la familia regresó al Guaviare que, con razón, Óscar Villalobos considera la verdadera tierra madre que marcó su vida y a la cual volvía siempre después de las épocas de colegio que lo llevaban a distintas regiones del país.

Sin embargo, esa vida se rompió en 1999 cuando, siendo él apenas un niño, la familia, después de años de estar envuelta en la guerra, sufrió el desplazamiento, perdió su paraíso y debió refugiarse en Bogotá. Cuando años después, como estudiante de Artes Plásticas, se enfrenta con la necesidad de descubrir cuál era el fondo de su propuesta creativa, descubrió, según recuerda, que debía ser la relación vital con el territorio; una relación que, sin olvidar nunca la experiencia de su selva originaria, era de constantes cambios y, por tanto, de la conciencia de las contraposiciones.

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Naturaleza y conflicto

Por eso, en medio de diferentes líneas de trabajo que investigan siempre el territorio vivido, la idea de “Tierra móvil” se convierte en un tema reiterado en sus series, como Tierra móvil – Naturalezas ausentes, de 2025, presentada en el Museo de Arte del Tolima y Tierra móvil – Selvas en conflicto, de 2021, en la Galería Arte Alto, de Medellín. En esta exposición casi todas las obras tenían el mismo título, Tetris, que es el nombre de un popular juego electrónico en el cual fichas de distinto perfil, y siempre formadas por cuatro cuadrados, van cayendo y llenando el espacio.

En la mayor parte de esta serie de Óscar Villalobos las fichas de tetris, con su férrea estructura geométrica, ocultan imágenes de vegetación que parecen luchar para escapar a través de los espacios todavía libres de la superficie; los colores variados de los ambientes naturales, modificados libremente, son reemplazados por la uniformidad fría y mecánica de las fichas.

Aunque los elementos naturales intenten defenderse de la invasión de los cuadrados, no podemos evitar el recuerdo del juego electrónico y sabemos que muy pronto toda la superficie quedará ocupada por una reja geométrica y artificial, haciendo desaparecer la exuberancia de un paraíso que, entonces, habremos perdido ya sin remedio. Las Selvas en conflicto aluden así a la pérdida progresiva de los bosques nativos y de sus ecosistemas ante la deforestación abusiva, los golpes de la guerra y una explotación descontrolada, legal o ilegal, que destruye los territorios.

Sin embargo, en el Tetris que aparece hoy en la portada de Vivir en El Poblado la reflexión acerca de esta tierra móvil parece desplegarse en un nivel diferente, con un mayor peso poético y conceptual, que se carga de sugerencias menos precisas. Ahora la vegetación ocupa todo el espacio pero con un colorido insólito, quizá dominado por los resplandores fosforescentes de la guerra que rompen la noche, o como bajo una luz ultravioleta. Las fichas geométricas del juego desaparecen y son reemplazados por una línea horizontal que desciende, como en una especie de escaneo que revela todos los detalles.

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 Aquí no se trata ya de la sola denuncia del irrespeto hacia la naturaleza, sino de una reflexión dolorosa sobre la desnaturalización racionalista de nuestros vínculos con la tierra que es, sin duda, la razón última de todos los desmanes contra ella. Perder el mito de la selva y sus valores simbólicos para convertirla en campo de batalla y de explotación es perder el paraíso y someterse a vivir en un desierto sin futuro.

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