| Por: Juan Carlos Franco Imaginemos que en el Teatro Nueva Colombia hay 500 personas viendo una emocionante película en la función de las 6 p.m.: El Padrino I. Cuando va por la mitad, y con la mayoría de espectadores fascinados por el filme, los dueños del teatro hacen un pequeño intermedio y piden que levanten la mano los que quieran quedarse, porque están pensando proyectarles El Padrino II justo cuando termine esta primera parte. Hay 400 personas entusiasmadísimas que levantan la mano sin dudar, es que no pueden aguantar las ganas de ver las dos ahorita mismo. Resulta que a las 9 p.m., hora en que debería empezar de nuevo El Padrino I, hay una fila de 200 personas listas para entrar. Pero sale un “portavoz” del teatro y anuncia que, debido a la excepcional acogida que tuvo El Padrino I ante los espectadores de las 6 p.m., han decidido presentarles ya mismo El Padrino II. Ustedes por favor, vuelvan mañana a la misma hora. Ah, pero no garantizamos la entrada, pues de pronto muchos de estos clientes sigan animados y pidan que les demos El Padrino III…o hasta El Padrino IV, que si insisten, ¡se las conseguimos! Obviamente, los de las 9 p.m. protestan -a lo mejor hacen una marcha junto a las taquillas- pero les responden que el teatro es muy democrático y que la mayoría (de los que están adentro, of course) ya se ha pronunciado. Con gusto les mostramos los estatutos. ¡Mejor suerte mañana, señoras y señores! O supongamos que se hace un referendo en Colombia con la pregunta: “¿Desea usted dejar de pagar impuestos para siempre a partir del próximo año?” Seguro que el resultado sería un sí abrumador. El pueblo ha hablado y, como el pueblo es soberano, pues aquí nunca más se vuelve a pagar impuestos. Y todo según la Constitución: Se recogieron firmas, demostrando así que un porcentaje suficiente de la población sería feliz no pagando más impuestos. Se llevó al Congreso, que en cerradas votaciones y luego de agrios debates definió cambiar “un articulito” de la Constitución y finalmente, luego de angustiosa expectativa, la Corte Constitucional dio su aprobación. Al fin y al cabo, es lo que el pueblo quiere, ¿no? Regresemos ya a nuestra realidad: Estamos entrando a un cuento que ya conocemos con el embeleco de la segunda reelección. Blandiendo orgullosos las encuestas de aprobación, un grupo de políticos profesionales, ridículamente más uribistas que el propio Presidente, van muy adelante recogiendo firmas que pronto llevarán a las instancias que correspondan. Y antes de lo que pensemos ya el articulito que sabemos estará cambiado y… ¡adelante, irreemplazable y querido líder! Y claro, nos pasaremos, como buenos colombianos, los próximos dos años debatiendo las bondades y desventajas del período adicional, desatendiendo los verdaderos problemas de la nación y la sociedad. Y escudados en el supuesto beneficio de perpetuar en el poder a alguien que indudablemente ha hecho muchas cosas buenas, habremos dado otro paso enorme en debilitar la solidez y credibilidad de las instituciones colombianas. Y perderemos la oportunidad de refrescarnos, es que aún lo bueno hostiga y empalaga. Además, ¿quién descarta que dentro de 4 años vuelvan de nuevo con el cuento de que todavía nadie da la talla y pretendan convencernos de un cuarto cuatrienio? Estaremos llevando el péndulo político a un punto más y más extremo, facilitando que en su momento la devolución, (ojo, con “d”, no con “r”) que es inevitable como en toda ley natural, será mucho más rápida y radical. ¿Por qué a tanta gente en este “país de leyes” le llamará la atención cambiar las reglas sobre la marcha? ¡Averígüelo (y no lo permita) Vargas… Lleras! [email protected] | |