¡Estamos entre todos creando un monstruo! Nos toca alimentarlo. Y darle espacio para que viva y se mueva. Y Le damos de comer pensando que pronto va a tranquilizarse, pero no… Mientras más le damos, más exigente se vuelve.
Y nosotros, como ciudad, cada vez gastamos más en su alimento y alojamiento. A expensas de cosas que decimos son vitales, como salud, educación, limpieza de aire y agua.
Es un monstruo de mil cabezas. No, ¡no! El de Medellín ya tiene más de un millón de cabezas… y cada año le salen como 50.000 nuevas… cada día, (¡cada día!) otras 140 cabezas nuevas.
Todos nosotros, incluyendo una o dos generaciones anteriores, crecimos con la convicción de que una de las obligaciones claves de nuestros gobernantes era hacer obras públicas para que los vehículos circulen más cómodamente. O sea, para que mejore su movilidad.
Han sido normalmente las inversiones más cuantiosas, más visibles y que más prestigio le dejan a cada alcalde. Y mal manejadas pueden tumbarlo, como en el caso reciente de Bogotá. Pero aceptemos que por lo general se hacen con un gran deseo de acertar y mucha gente, al menos en Medellín, da lo mejor de sí para que las cosas se hagan bien.
Y uno cree que inauguran estas obras y las cosas al fin mejorarán. ¡Por fin se hizo ese puente! ¡Por fin se amplió tal vía a doble calzada! ¡Por fin se abrió ese “broche”! Y puede que sí, pero uno vuelve en pocos meses y ve trancones iguales o peores que antes de hacer la obra ¿Y entonces qué falló? ¿Quién se equivocó? ¿No era esa la obra que se requería? ¿Se habrá perdido esa platica?
Pues no, todo puede estar bien, pero si de un momento a “todo el mundo” le da por comprar carro, y “todo el mundo” empieza a circular por la nueva obra, el colapso de la movilidad es inevitable. O bueno, puede evitarse, pero entonces hay que correr a hacer esta otra obra allí, y otra más allá y mientras pensamos y diseñamos, van entrando otros muchos más. O sea, la ciudad y su presupuesto se van volviendo rehenes de los vehículos, cuyos dueños siempre estarán metidos en un trancón y enfurecidos con el alcalde de turno por su supuesta falta de visión, por hacer obras a un ritmo menor al del crecimiento de los vehículos.
Pregúntenle por ejemplo a Los Angeles o a Miami. Por más vías elevadas que tengan, así sean de 8 carriles en cada sentido, es tal la cantidad de vehículos que todos los días colapsan. ¿Debemos seguir copiando estos modelos?
Y entonces, ¿hasta cuándo seguimos con este juego sin ganadores? ¿Qué tanto espacio libre nos queda, por ejemplo en El Poblado, para hacer nuevas vías? Y si las hacemos, ¿en cuánto tiempo también estarán saturadas? tendremos que empezar ya a hacerlas subterráneas o en segundos pisos, para garantizar que no se crucen con nada?
Y entonces, ¿sólo porque parte de la población compra carros de manera excesiva, es más prioritario hacerles esas obras en lugar de, por ejemplo, invertir en transporte público de buena calidad? ¿O en educación?
Va siendo hora de un buen debate. Lo único cierto es que así no podemos seguir mucho tiempo más. Al menos en Medellín, el espacio ya casi se acaba.
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El monstruo es insaciable
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