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Por: Gustavo Arango | ||
No creo equivocarme cuando afirmo que muy pocos son capaces de aceptar que son víctimas, esclavos o abusados. Hay en nuestro “software” moral un eficiente mecanismo de negación que nos impide reconocernos como tales. La “verraquera” nos obliga a asumir siempre una posición triunfal, a decir que nada nos detiene, a reír cuando quisiéramos llorar. Los ataques vienen de todos lados, pero nadie quiere reconocer que se encuentra en la posición del débil. A todos nos gusta decir que con nosotros nadie se mete, que estamos listos “pa’ las que sea”. De hecho, la mejor manera de olvidarnos de que somos víctimas es victimizando.
Es un hecho, la mayor parte de las cosas que ocurren en nuestras vidas se escapan a nuestro control. Pero lo cierto es que los esclavos tenían mejor suerte que nosotros. Sus amos cuidaban mejor de ellos. El esclavo de hoy en día es prescindible y cuando falla o se pone problemático hay una fila de esclavos esperando ocupar su puesto. La gran diferencia con los esclavos de antaño radica en que esos esclavos sabían que eran esclavos. Dice la sabiduría popular que sólo quien reconoce que tiene un problema (de alcohol, por ejemplo) se encuentra en camino de solucionarlo. Sólo quién se reconoce como esclavo se encuentra en camino de entender la naturaleza y los alcances de su libertad. Los tiempos modernos han creado formas todavía más sofisticadas de la esclavitud. Suelen tener la palabra libertad adherida en algún lado (libre expresión, libre pensamiento –también lo llaman ser “open minded”–, amor libre) y los incautos caen sin entender que se trata de actitudes libres de lo que dicen liberar: de expresión, de pensamiento, de amor. Si no fuera porque los de mente estrecha son tan peligrosos, yo diría que ser open minded es un peligro grande. Hoy en día, al que no se proclama open minded lo miran como si tuviera la pelagra. Pero el problema con tener la mente abierta a toda hora es que le meten a uno toda clase de cucarachas en la cabeza, y al que se queja le dicen que no es open minded, lo que resulta una tautología. No es un buen open minded el que no colabora con su propia anulación. Es estrecho, cerrado, recalcitrante el que no dice que sí a todo. Lo curioso es que, por andar de open minded, los que pensaban se olvidaron de que el minded es lo único que de veras tiene una persona para ejercer su libertad. Ya lo dijo Epicteto, el filósofo esclavo, en su Enquiridión: nadie es dueño de su reputación, sus propiedades, su familia o su cuerpo; las cosas que les ocurren se escapan de nuestro control. Pero nadie puede quitarnos nuestra capacidad para elegir lo que buscamos o aceptamos y lo que rechazamos o evitamos. El “minded” es libre, es nuestro, es lo que somos. Prefiere la mora y rechaza el brócoli. Busca el amor y huye del egoísmo. Es el que da la orden de pintar un cuadro o escribir un libro. Que la orden se cumpla o no, eso es otra cosa. Que alguien quiera robarnos o matarnos, esos son gajes del oficio. Parodiando a una esclava en la última novela de García Márquez, nadie puede prohibirnos lo que pensamos. De manera que si nos están obligando a ser “open minded”, nos están obligando a dejar de ejercer la única libertad que es posible tener: la de abrir o cerrar el “minded” a nuestra voluntad. En cuanto a la manera de ejercer esa libertad, el manual del esclavo, los consejos de Epicteto para gobernar el imperio de nosotros mismos, puede ser una buena manera de empezar. Oneonta (Nueva York), abril de 2009. |
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