El sábado tomé un café con mi amiga Fulanita, la que no tiene filtro. Estaba que le salían letreros. (Por cuenta de El Letrero, lo supe al rato). Los delirios de grandeza del alcalde -decía- tienen a la ciudad andando chueca. Y no me voy a quedar callada, ¿oyeron bodegueros? Soy de aquí, vivo aquí, trabajo aquí y pago hasta el último peso de mis impuestos. ¡Es que es el colmo!
¿El colmo qué? El Letrero. ¿Cuál? Pues el que piensa instalar la administración municipal para que el mapa brille y desde cualquier galaxia ubiquen nuestro paradero. Y para ganar concursos internacionales -hay que emperifollar la hoja de vida- y obtener mucha prensa -fuera de la provincia, obvio- y pasar a la posteridad como lo hicieron los faraones al erigir las pirámides. Ramsééés… Danieeel… Ahhh… Qué gobernantes, qué súbditos. (Como no le dé por cambiarle el nombre a Medellín por uno típico de finca antioqueña: La Daniela, Villa Daniela, Danielandia…)
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A propósito, ¿supiste lo de Disney y los alumbrados del Río, lo de los influencers, lo de la entrega de los computadores? Un tema a la vez, Fulanita; sigamos con El Letrero ¿Va a ser como el Hollywood Sign que identifica hace tiempos a la meca del cine?, ¿o como el que desde hace poco lo hace con la excesiva Dubái? Nooo, querida, ambos van a parecer juegos de regletas al lado de lo que se está planeando con la famosa Marca Ciudad, muy linda por cierto: “Medellín, aquí todo florece”. TODO. Entre flores, también egos, celos, envidias, indiferencia, ambición, intolerancia, politiquería, inequidad…
La historia de El Letrero comenzó -un paréntesis al monólogo de Fulanita- el pasado lunes 29 de agosto, a las 5:30 de la mañana. En el consejo semanal de gobierno el alcalde anunció que, desde la secretaría de Desarrollo Económico, se estaba cocinando “una sorpresa para Medellín”. En el Cerro de las Tres Cruces vamos a tener el letrero de Marca Ciudad, el más grande del mundo, escribió en su cuenta de twitter, su habitual despacho de gobierno.
El-más-gran-de-del-mun-do, señores de Guiness Record. Nos chifla batir marcas, ser los más de lo que sea. Por eso, y sólo por eso, la diadema descomunal que chantarán, con la plata de los parroquianos, en la cima de un montículo, medirá 150 metros de ancho por 25 de alto; cada letra con reflectores “para que alumbren bien bonito”, en palabras del anterior jefe de la dependencia encargada. Calculen, ingenieros, los cimientos; expertos en finanzas, los costos y ambientalistas, el impacto sobre el ecosistema.
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¡Virgensantísima!, alzó la voz Fulanita. ¿Te lo dije? ¡Es que es el colmo! Vaya uno a saber cuánto ayudarían los miles de millones que costará el tal caprichito para mitigar lo que no es de mostrar: movilidad imposible, huecos en calles y andenes, pobreza, abandono de parques, zonas verdes y mobiliario público, trabajo infantil, mendicidad… Tonterías varias.
Deje así, Fulanita, agotamos el café.
ETCÉTERA: Cuentan en los corrillos oficiales que el 25 de diciembre, junto con el nacimiento del Niño, aparecerá una nueva Estrella de Belén (la más brillante), en uno de los cerros tutelares de la urbe más mostrona del planeta. Corran pastores, corran, corran a Belén, que lo que es en Medellín, el mesías se les adelantó tres años.