/ Gustavo Arango
Hace un mes comentaba un texto medieval donde está resumido lo que puede decirse sobre el tema del amor. No dejé de anotar que El romance de la rosa era el relato de un sueño que luego se cumplió. Los sueños me interesan. Siempre me han intrigado. Pero me iré de este mundo sin entender lo que son.
Mis amigos psicólogos recurrirán al loco de Freud para decir que los sueños son deseos reprimidos, pequeñas neurosis, basuritas mentales que procesamos de noche para poder seguir siendo sensatos. Mis amigos supersticiosos esgrimirán, por su parte, el último diccionario de sueños y me dirán solemnes que las bodas anuncian funerales y que la mierda es oro. La idea, por supuesto, es refugiarse en la fantasía de tener todo explicado. ¿El agua? Sí, claro: dos de hidrógeno y uno de oxígeno. ¿La vida? Pan comido: ciertas formas del ácido desoxirribonucleico. ¿Una mariposa negra? Cuidado, viene una mala noticia.
Reconozco que algunos de los sueños se pueden explicar como deseos o neurosis. Siempre que iba a empezar un nuevo año en la escuela soñaba con el primer día de clases, con los útiles, con los encuentros iniciales. Aún ahora sueño con aeropuertos, con aviones a punto de dejarme, cada vez que tengo planes de viajar. Reconozco también que los símbolos son el lenguaje de los sueños. Pero tengo la firme convicción de que en medio de las basuras, de deseos y temores, hay voces que nos hablan cuando estamos soñando.
En las transmisiones del Mundial de Fútbol escuché a varios jugadores decir, al final de los partidos, que habían soñado el triunfo que acababan de obtener. Uno dijo haber soñado el número de goles que marcó y otro dijo haber soñado el minuto de juego y las circunstancias. Los escépticos dirán: “Sí, claro. Tenían ganas de hacer goles. Se predispusieron después de haber soñado”. Me pregunto qué dirán los escépticos sobre el sonámbulo brasilero al que su esposa le preguntó cómo iba a quedar el partido de Brasil contra Alemania y predijo el siete a uno.
Hace tres semanas volví a tener uno de esos sueños extraños que prefiguran lo que vendrá. He tenido muchos sueños así. Algunos me han anunciado tragedias definitivas. Esta vez la cosa fue menos dramática pero no ha dejado de intrigarme. En el sueño, un Gabriel García Márquez con cuerpo de niño dormía incómodo en un sofá. No era la primera vez que lo soñaba. Desde que escribí la biografía sobre sus inicios, cada cierto tiempo he tenido extraños sueños con él. Alguna vez me mostró unos manuscritos escondidos tras los ladrillos de una pared. Esta vez sólo dormía. Cómo tenía los pies en el aire, decidí acomodarlo y cubrirlo con una manta. Agradeció con gestos plácidos y siguió durmiendo.
A la mañana siguiente encontré en mi correo electrónico un mensaje de Silvana de Faria, una actriz brasilera que tenía la sospecha de haber inspirado ‘El avión de la bella durmiente’, el cuento de García Márquez. Silvana había encontrado mi blog y me preguntaba detalles sobre ese cuento. Buscaba claridad, explicaciones. Así empezamos una charla intensa y detallada que se convirtió en una crónica (está en la red, puede encontrarse buscando nuestros nombres). Silvana aún no sale del asombro que le inspira pensar que su encuentro fugaz con Gabo –en un aeropuerto– se convirtió en literatura. Lamenta no haber contactado a aquel hombre que trató de seducirla, y a quien sólo pudo reconocer cuando se despedían, aquel día de octubre de 1990. Yo aún no salgo del asombro que me inspira pensar que ese sueño de Gabo durmiendo me anunciaba la llegada de Silvana de Faria.
Oneonta, agosto de 2014
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