Hacia fines del siglo XX y comienzos del XXI se hizo popular un género de películas enfocado en ver cómo se vería la Tierra el día después de un cataclismo de proporciones inimaginables: el choque con un cometa, una guerra nuclear, un desastre climático, etc.
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Hollywood nos mostraba que quedaban unos pocos sobrevivientes que debían de alguna manera sobrevivir y volver a poblar la Tierra, tras estar al borde de la extinción de la especie humana.
Por lo general, la escena se desarrollaba en la ciudad de Nueva York y los sobrevivientes iban pasando por las ruinas desoladas, casi irreconocibles, de lo que había sido la Estatua de la Libertad, el Subway, el Empire State, etc.
Ese grupo ínfimo de sobrevivientes, de vuelta a un estado primitivo y cavernícola, se las arreglaba siempre para encontrar alimento, encender una hoguera y protegerse del frío o calor extremo. Y los espectadores salíamos tranquilos porque, a pesar de tanta destrucción, habría un mañana.
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En Colombia, si la sacamos barata, El Día Después será el 8 de agosto de 2026. A diferencia de las películas, aquí los 55 millones de habitantes esperamos haber sobrevivido. Pero el paisaje será casi tan desolador.
Habrán quedado al borde de la extinción (o al menos muy debilitados) la salud, la seguridad, la capacidad militar, el orden público en buena parte del territorio, la lucha contra la corrupción, los proyectos de infraestructura, las reservas petroleras y de gas, la sostenibilidad energética, las buenas relaciones con los países serios y la credibilidad presidencial.
El (la) valiente que llegue a ocupar el cargo de presidente en 2026 encontrará un estado más débil, más difícil de manejar y carcomido por una corrupción que supuestamente iba a ser erradicada en estos 4 años. Encontrará instituciones y empresas del estado mucho más débiles y en manos de incompetentes en casi todo, excepto en promover ideologías obsoletas y siempre fracasadas.
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Encontrará una población desencantada, en su mayor parte arrepentida de este caótico experimento que no puede durar ni un día más allá de estos 4 años. Aquel que pensaban iba a ser su salvador se fue convirtiendo, a fuerza de ineptitud y de mentira, en el verdadero obstáculo para salir adelante como personas y como comunidades.
La propia izquierda también estará muy arrepentida de haber desperdiciado absurdamente su primer (y esperamos, último) turno en el poder al haber entregado sus banderas a alguien que, más que izquierdista, es un anarquista puro. Que solo se entusiasma cuando se topa algo bueno para destruirlo, o alguien que sí sepa construir para insultarlo y estigmatizarlo.
Tan pronto llegue El Día Después, el próximo presidente(a) tendrá que enfocarse en restituir la dignidad presidencial, regresar el decoro, el conocimiento profundo y reflexivo, el respeto, la credibilidad y la capacidad de construir y mantener lo construido.
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Siempre y cuando esta catástrofe sí termine en 2026 y no se extienda un día más…