El atafago de los conciertos sinfónicos

Medellín se volvió la ciudad de los conciertos sinfónicos. Casi no pasa un mes sin que se promocione uno, del género que sea. Nosotros, siempre tan dados a imponer modas, poco a poco vamos cansando al público y exprimiendo un formato hasta llevarlo a su agotamiento comercial.

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Por allá, en los comienzos del Teatro Metropolitano, vivimos los primeros conciertos de este género en la ciudad, donde los clásicos del rock eran llevados a este formato, interpretados por la incipiente Filarmónica de Medellín, dirigida por Louis Clark. Para los neófitos fue toda una sorpresa, y hasta discos hubo de ello.

En mis casi 30 años de periodismo cultural, he tenido la oportunidad de ver o conocer en formato sinfónico a los Beatles, Queen, Pink Floyd, Guns N’ Roses, Coldplay, Aerosmith, Metallica, Iron Maiden, Kiss, No Te Va Gustar, los Carrangueros de Ráquira, el Grupo Niche, La Fania, la Orquesta Aragón, Gilberto Santa Rosa, Héctor Lavoe, La 33, el Conjunto Clásico… en algún momento, hasta se llegó a mencionar a J Balvin sinfónico y a muchos otros más.

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Así como en los años 90 MTV creó el formato de los desconectados, y lo llevó a tal difusión que casi agotó el género, lo mismo está ocurriendo con los conciertos sinfónicos de géneros populares en nuestro medio. ¿Una manera de seguir exprimiendo un repertorio que ya no tiene a sus principales figuras vigentes? ¿Una forma de rendir homenaje a grupos y cantantes que hicieron historia? ¿Una opción más de mercadeo musical? ¿Un camino fácil para impresionar oídos incautos? ¿Una forma de seguir explotando la nostalgia? Todas las razones pueden ser válidas. Hagan sus apuestas.

Lo cierto es que, poco a poco, este formato se agota. En la mayoría de los casos, los resultados son bastante regulares y se limitan a llevar a un grupo adelante en potencia y sonido, con una orquesta detrás acompañando con unos strings acompasados.

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Son pocas las veces en que realmente se nota el interés del arreglista y de la agrupación por llevar y explotar el formato a otro nivel; en reinventar las canciones, aprovechando el potencial de tener una orquesta sinfónica a su disposición; en conjugar sonidos y crear experiencias enriquecedoras. Eso es lo que el oyente espera, porque para estos conciertos uno compra una boleta para ver “lo nuevo” que otras cabezas le sumaron a los éxitos de siempre. Pero no: casi siempre nos encontramos con lo de siempre, tal vez con una introducción más de violines o algún solo instrumental, y nada más. De resto, el mismo perro con distinta correa, como se dice popularmente.

Un sinfónico, además de exaltar la música del artista, debería ser una propuesta estética diferente y enriquecida, donde realmente den ganas de volver a escuchar el disco que salga del concierto. No la decepción que uno, por lo general, escucha: “la orquesta no se oyó”, “eso era lo mismo con otros cantantes”, “muy bonito, pero…”.

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Un concierto sinfónico es un trabajo arduo, exigente, digno de elogio desde la propuesta escénica. Tener 80 o 100 personas en escena no es fácil, y llevar a cabo estos montajes tampoco lo es. Por eso, sería bueno aprovechar mejor estas oportunidades para impactar de una mejor manera, con un trabajo más compenetrado y sólido, con nuevas propuestas sonoras para la música. No quedarnos repitiendo la misma canción efectista que todos corean, esta vez no en la plaza de toros o el estadio, sino en un teatro cerrado.

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