“A la una, a las dos y a las tres” es una expresión que, evidentemente, tiene que ver con un juego de niños. Los recuerdos de la infancia regresan a la mente de todos ante el título de esta obra de Angélica Cristina Castagna Siegert, de 2008, que en su momento ganó el 40º Premio Nacional de Artes Visuales de la Universidad de Antioquia.
Frente al panorama del arte contemporáneo, que muchas veces percibimos como demasiado hermético e intelectualizado, esta obra viene a descubrirnos una perspectiva diferente, basada en una directa simplicidad. De inmediato nos resulta comprensible porque hace despertar en nosotros a los niños que así jugábamos; pero también apela a los niños que, en el fondo, seguimos siendo, y a los que, justamente por esa pervivencia, nos arranca una sonrisa, la intuición de que aquel “a la una, a las dos y a las tres” era parte esencial de nuestra felicidad infantil.
También formalmente la obra de Angélica Cristina Castagna vive de una clara sencillez. Contra la grandilocuencia que muchas veces se oculta tras las grandes dimensiones y las complejas técnicas artísticas, aquí el lenguaje es simple, desnudo y sin adornos. Son en total 30 pequeñas piezas, casi insignificantes, de apenas 14 cm de lado cada una, realizadas en grabado y aguada, como un dibujo sutil y transparente. Ni siquiera hay una historia o una sucesión de acontecimientos. Cada pieza existe por sí misma como un instante fugaz congelado en el tiempo, en un mundo en el cual las imágenes pueden ser intercambiadas; la artista indica expresamente que los cuadros no tienen un orden preestablecido y que pueden ser organizados como se desee. Lo que ocurre, en realidad, es que las piezas obligan a nuestra mirada a saltar de una en otra, a buscar relaciones, a comparar, a recordar, a observarlas de más cerca y de más lejos. Y así, incluso sin darnos cuenta, también nosotros acabamos jugando con las imágenes de esta especie de película desordenada que no tiene principio ni fin; un movimiento que se manifiesta sin una meta en la cual deba detenerse. Y, entonces, tampoco nosotros respondemos a un propósito intelectual, sino que nos entregamos a la felicidad del juego.
La condición lúdica de la obra de arte no es sinónimo de facilismo o de capricho sino, más bien, manifestación de la riqueza de la vida que se traduce en multiplicidad y exceso. Pero esa manifestación está mediada por la decisión consciente y el esfuerzo conceptual del artista que a través de lo simple nos revela procesos de gran complejidad.
En las pequeñas imágenes de su obra, Angélica Cristina Castagna nos introduce en procesos de memoria, nos lleva a universos infantiles felices o tristes y nos hace revivir paraísos perdidos que, de alguna manera, pueden convertirse en paraísos recobrados a través del arte. Memorias que, quizá, nos arrancan una sonrisa y hacen más grata la existencia.